EL ASESINATO DE PACO STANLEY
*A 24 años del asesinato, perpetrado en un restaurante al sur de la Ciudad de México, todavía se preguntan por qué y quiénes… A pesar de que siempre ha sido relativamente sencillo aclarar todo
Corresponsalías Nacionales/Grupo Sol Corporativo
Ciudad de México.- A 24 años del asesinato de Paco Stanley, perpetrado en un restaurante al sur de la Ciudad de México, subsiste el misterio en torno al por qué y quiénes… a pesar de que siempre ha sido relativamente sencillo aclarar todo.
En la revista “Expediente Policiaco” -ya desaparecida- se expresó la esencia de lo anterior y se comentó que el asunto podía compararse, ventajosamente, con las montañas de hielo que dejan asomar la séptima parte y ocultan el resto en las profundas aguas del mar, para que se disuelvan con el tiempo sin revelar su volumen.
Así sucedió con el caso Stanley, que por inercia cambió de aspecto, pero las autoridades no quisieron ver ni saber lo que se desprendía de la montaña de expedientes, (ahora ridículamente llamados “carpetas de investigación”), y cientas de declaraciones inconexas.
Las verdades y mentiras fueron manejadas por la policía de manera burda, las comedias sirvieron de “inspiración” para varios libros: El de una edecán que se convirtió en “periodista”, el de un periodista mentiroso, (Jorge Gil), que no dijo lo que sabe y un escrito de Mario Bezares sobre “su verdad”… Extraviada siempre en un mar de contradicciones.
Ninguno de esos libros arrojó luz sobre el homicidio a tiros, registrado el llamado “Día de la Libertad de Expresión”, 7 de junio de 1999, pocos minutos después de que Paco Stanley recibió un telefonema que lo hizo “palidecer” y cuya transcripción en papel guardó en el bolsillo derecho de su saco, cuando iba a despedir su programa mañanero en Televisión Azteca.
Como por mera casualidad, Mario Bezares recibió otro telefonema, de una mujer, a quien le dijo que almorzarían en el restaurante “El Charco de las Ranas”, cercano relativamente a la empresa televisora.
Toca al lector sacar sus propias conclusiones en este trabajo que pretende ser una crónica creíble de los violentos acontecimientos ocurridos hace casi veinte años y que costaron la vida del locutor y la de un inocente empleado particular que invitó a su esposa a desayunar, sin saber que le iban a tocar varios proyectiles que como lluvia se abatieron aquella trágica mañana.
Francisco Jorge Stanley Albaitero, adelantado estudiante de Derecho, simpático universitario, de cabello rubio y ojos azules, inició su carrera en la radio, donde varias veces obtuvo premios por ser de los mejores locutores del país.
Dotado de memoria extraordinaria y experto en mercadotecnia y publicidad, Paco Stanley llegó a la televisión y comenzó a trabajar en Divertidísimo, La Carabina de Ambrosio, Nuestra Gente, La Mujer Ahora, Alegrías de Mediodía, Siempre en Domingo, Odisea Burbujas, El Club del Hogar y durante más de diez años desempeñó el papel estelar en el Tenorio Cómico donde reunió a un equipo de comediantes.
Pero se equivocó rotundamente al pensar que la popularidad entre amas de casa iba a reflejarse en las urnas, a su favor. En 1988 jugó por el PRI como candidato a la ALDF, pero la gente le dio la espalda. Y fue en ese tiempo cuando, según la policía, se metió en gravísimos problemas, pues una de sus edecanes le obsequió un hijo: Paul Stanley Durruti.
Aparte, sostenía amistad con Amado Carrillo, conocido narcotraficante, con quien se reunía en residencias para jugar al billar.
Y casi nadie sabía que su “cuñado” Javier Fernando Durruti Castillo, hermano de la mencionada edecán, estaba en prisión por su activa participación en los sonados crímenes del Río Tula y sobre todo, en el asesinato de José Luis Alonso Ochoa, “El Chocorrol”, quien según las investigaciones federales, el 30 de mayo de 1984 dio muerte al famoso columnista Manuel Buendía Tellezgirón, en un estacionamiento de la Zona Rosa.
Quizá, para no inquietar a Mónica Durruti, Paco Stanley comenzó a prometer, (lo que nunca cumplió), la liberación de Javier Fernando Durruti Castillo, a quien le aseguró que “movería todas sus influencias para que le rebajaran la sentencia de varios lustros de cautiverio”.
Los años pasaron sin que el locutor pudiera ayudar a su “cuñado”, una y otra vez lo engañó, se decía que le pedía como favor, le consiguiera “buena mercancía” para distribuirla “tranquilamente” en su espacio en Televisa.
El reportero Silverio Cacique Ávila, inicialmente ayudante del profesor Alfredo Ruiz del Río, se convirtió en “jefe de espectáculos” de La Prensa y contaba, con asombro, que Paco Stanley entregaba “mercancía” mientras lo maquillaban para su aparición en las pantallas caseras.
Dos de sus amigos se reunían frecuentemente con Paco Stanley para darse gusto con la cocaína: Mario Bezares, quien se hacía llamar “Mayito” y Benito Castro, integrante de conocida dinastía artística.
El locutor se había acostumbrado tanto al uso del polvo blanco, que ya tenía una perforación en la nariz… Y no dudó en comprar una residencia en Cuernavaca para tener como vecino al “Señor de los Cielos”, Amado Carrillo.
Mientras tanto, de una manera que no correspondía a sus ingresos por cuestiones laborales, Paco se enriqueció y otra de sus amigas, también de nombre Mónica, le “prestó” un departamento de lujo y una camioneta de modelo reciente.
Al niño Paul lo llevaba con frecuencia a las diferentes oficinas que Paco mantenía y le mostraba, con orgullo, cajas fuertes llenas de dólares y monedas de oro, (Centenarios), y le decía que tomara un puñado…
Soberbio, el locutor supuso que su buena suerte duraría mucho tiempo más y desdeñó los consejos en el sentido de que hiciera testamento y blindara sus automóviles, ante el avance de la delincuencia organizada.
Como le agradaba que el público lo reconociera y saludara en la Ciudad de México, procuraba viajar en transportes con cristales amplios y transparentes. Pero era desconfiado, de sus oficinas no entregaba llaves ni a sus propios hijos mayores.
Y cuando se suponía que podía hacer y deshacer en la empresa televisora para la que prestaba sus servicios… Murió el propietario y comenzaron realmente los problemas para Paco Stanley.
La gente sospechaba que las humillaciones de que hacía objeto a Mario Bezares, en el escenario, no solo eran parte del espectáculo, sino de la venganza de Stanley contra la gente “que no apreciaba su talento”.
Y muchos integrantes del elenco artístico comenzaron a creer que algo andaba mal entre Mario y Paco… Porque un hijo del primero es rubio y tiene ojos azules. Los artistas de Pácatelas se enteran de fuertes discusiones entre Paco y Mario, por cuestiones de dinero y malos entendidos, aunque “Mayito” jura que todo es normal.
Sin embargo, en un restaurante, un individuo llega hasta Stanley, le muestra una pistola de grueso calibre y le comenta que lo mandaron para matarlo, pero que no lo hará “por misericordia”. Y se retira.
Si fue broma o no, jamás se supo. Pero el locutor comenzó a inquietarse. En otra ocasión, cuando disfrutaba de una comida en compañía de Janet Arceo, Paco fue asaltado por individuos armados. Sus escoltas insistieron en que blindara su lujosa camioneta negra, pero el comediante se negó.
EL CHARCAZO
El 7 de junio de 1999, Paco Stanley deseó buena suerte al nuevo elenco de un programa matutino, (ya en Televisión Azteca), y poco después recibió un mensaje que “lo hizo palidecer”.
El mejor “Tenorio Cómico”, guardaría el papel en la bolsa derecha de su elegante saco y procuraría cumplir con su trabajo, al término del cual sus ayudantes le preguntaron sobre el sitio donde almorzarían y comentó que “no estaría mal un charcazo”.
Se creía que al término del almuerzo Paco Stanley aspiró cocaína en los sanitarios y que más tarde lo imitó Mario Rodríguez Bezares. El declamador se retiró hacia el estacionamiento, seguido de Jorge Gil, (quien embusteramente siempre dijo “no saber nada del asunto” y terminó escribiendo un libro sobre el caso), los choferes y guardaespaldas.
Inexplicablemente, para muchos, Mario Rodríguez los hace esperar varios minutos y Stanley es sorprendido por varios hombres armados, vestidos con elegancia, quienes inician un tiroteo que resultó mortal para el locutor y el agente de seguros José Manuel de Jesús Núñez y dejó heridos a la señora Lourdes Hernández, esposa del vendedor, Jorge Gil y el acomodador de autos Pablo Hernández Pérez.
Se dice que también resultó alcanzado por una bala, a la altura de la oreja izquierda, uno de los agresores de Paco Stanley, pero el proyectil no lo derriba y escapa con sus cómplices en un automóvil Jetta gris.
Dos policías preventivos, quienes estaban en el restaurante para que les firmaran un comprobante de rondín, habían defendido al locutor a balazos, mientras los guardaespaldas… Se habían tirado al suelo para no morir, pues estaban desarmados y nada hubieran podido hacer por su jefe, quien recibió cuatro tiros en la cabeza.
Jorge Gil se había ocultado en la camioneta de Stanley y preguntó que había pasado; un chofer le informó que “todo había valido ma…”
Juan Manuel de Jesús Núñez murió en el hospital de Xoco. Nadie se preocupaba por su familia y varios protagonistas del drama escribieron libros posteriormente sobre el asunto policial que las autoridades no resolvieron.
Se dio un manejo distorsionado de la información. Televisión Azteca prestó el micrófono y una mujer se comunicó con la locutora Rosa María de Castro para decirle que “había visto a los criminales y que todos vestían de chamarra y camisas comunes y corrientes, que luego los volvió a ver en el centro de la Ciudad de México, cuando le entregaban una especie de control remoto de televisión a una mujer, quien viajaba en un pequeño auto color blanco”.
Mentira. Los tiradores iban de traje. Por la noche, la Policía Judicial del Distrito Federal pretendió aclarar pronto el homicidio y detuvo en un operativo en la colonia Morelos, a Zenaido Roberto y a Roberto Francisco Flores González, padre e hijo. Una hermana del joven declaró que el error policiaco había perjudicado gravemente a sus parientes, pues eran absolutamente inocentes. Pero los policías no estaban tan equivocados. El joven Roberto Francisco, conocido como El Rana, estaba sujeto a proceso por varios delitos y formaba parte de una banda recientemente detenida, porque el jefe tenía cierto parecido con el “retrato hablado” del hombre que mató a Stanley.
Además, uno de los mafiosos sostenía relaciones con una edecán de televisión y había sido agente policiaco en el Distrito Federal y en el Estado de México. Aquel día trágico desapareció otra edecán, colombiana, Roxana Reyes Vivanco, amiga, novia o esposa de Fernando Javier Durruti Castillo, según la policía.
Agentes de la policía preventiva encontraron al día siguiente el Jetta gris en la calle Durango, Colonia Progreso Atizapán, donde fue denunciado Juan Márquez, El Diablo, como responsable de haberse apoderado del vehículo, en compañía de dos cómplices armados, en la colonia Las Águilas, durante la noche del 6 de junio de 1999, es decir, a unas horas del atentado contra Paco Stanley.
¿Qué significaba eso? Que el delincuente conocido como El Diablo conocía la identidad de quienes le pidieron el auto para tender una trampa al locutor Paco Stanley. Por coincidencia, al ser detenido Juan Márquez en un hotel de Cancún… Roxana Reyes Vivanco escapó del lugar, al parecer hacia Colombia y nunca más volvió a México.
Y daba la “casualidad” que también fue edecán de Paco Stanley, además de que el presentador “le echaba los perros” causando gran molestia a Mónica Durruti, cuyo hermano Fernando Javier era novio, amigo, pareja o esposo de Roxana y estaba preso, ilusionado con que Stanley moviera sus influencias para recuperar la libertad.
Así que la conexión entre Roxana y Juan Márquez, (huyeron juntos hacia Cancún, pero allá solo fue detenido el maleante), era más que evidente, al igual que la responsabilidad de El Diablo en el crimen de Stanley… Pero la Procuraduría de Justicia del Distrito Federal solo consignó a Márquez por “robo de auto”…
Es decir, alguien se apoderó a mano armada de un auto para cometer un sonado homicidio, pero al capturar al infractor de la ley, solo se le hicieron cargos por el “mal uso del vehículo”, nunca por la presunta complicidad en el asesinato. Y la policía aseguró que “casualmente” Juan Márquez, El Diablo, fue chofer de Pablo Moctezuma, exesposo de Alejandra Guzmán, hija de Enrique Guzmán y Silvia Pinal.
Obviamente, las autoridades fueron cautas al informar los avances de la investigación, porque “algunos indicios aparentemente desconectados no significan que se dedique al narcotráfico y menos que ese sea el motivo del asesinato de Stanley”.
La Policía Judicial Federal dijo no estar autorizada por la ley para proporcionar datos de lo que sabía sobre Roxana Reyes Vivanco y que la empresa televisora guardó información sobre la colombiana.
Tampoco relacionó la conexión entre Fernando Javier Durruti con Paco Stanley, así como con el crimen de Manuel Buendía y los muertos del Río Tula, (colombianos asesinados presuntamente por órdenes del general Arturo Durazo Moreno y su ayudante Francisco Sahagún Baca, conocidos jefes policiacos de la Ciudad de México), “para no entorpecer las averiguaciones”.
El misterio continuó al descubrirse en las ropas de Paco Stanley una credencial que lo mencionaba como “funcionario de la Secretaría de Gobernación, autorizado para portar un arma de fuego”. La “charola” le había sido otorgada por un recién llegado a Gobernación, Marcos Manuel Souverbille, muy cercano al entonces ex gobernador Jesús Murillo Karam.
Al respecto, el columnista Miguel Ángel Granados Chapa informó en junio de 1999, que Marcos Manuel Souverbille fue director de la Policía Judicial del Estado de Hidalgo. En mayo de ese año, Souverbille expidió una “licencia oficial individual” a Francisco Jorge Stanley Albaitero, que figuraba en ella como “servidor público” y quedaba autorizado para portar “cualquier arma de fuego permitida por la ley para personal civil”.
Pero el locutor no trabajaba en la Secretaría de Gobernación, “puerilmente la oficina de Bucareli aseguró que Stanley solicitó la licencia porque le apremiaba contar con un documento que le amparara portar un arma para su defensa, ya que había sido víctima de cuatro asaltos y desempeñaba labores en horarios nocturnos”.
(El señor Souverbille fue tan críptico que no solo a Stanley le otorgó credencial de “funcionario de Gobernación”, sino al hijo del locutor y a “Mayito”. Y en septiembre de 2007, en lo que se perfilaba como una venganza del crimen organizado que operaba en el estado de Hidalgo, fue brutalmente asesinado con ráfagas de metralleta por un comando armado de por lo menos ocho sujetos que viajaban en tres camionetas que interceptaron la unidad en que viajaba el jefe policiaco en compañía de su chofer, quien resultó gravemente lesionado, según informó el reportero Álvaro Velázquez, de La Prensa).
Así, dijo en su oportunidad Miguel Ángel Granados Chapa, (diario Reforma, viernes 11 de junio de 1999, página 23-A), Souverbille afirmó que se facilitó la licencia tantas veces mencionada “en base en facultades que la Dirección General tiene por disposición de la ley”.
Miente esa Dirección General. La ley a la que se refiere, la federal de armas de fuego y explosivos, dispone que la autoridad facultada para expedir licencias a particulares sea la Defensa Nacional. Gobernación queda autorizada para dotar de ellas al personal público. Y Stanley no pertenecía a la administración federal, puesto que pública y notoriamente su desempeño profesional era otro.
Si una urgencia lo afectaba en materia de seguridad, la servicial y solícita oficina de Gobernación que lo atendió, hubiera debido orientarlo para que hiciera en la Sedena el trámite correspondiente, amén de sugerirle que acudiera al Ministerio Público en busca de la justicia a que tiene derecho todo ciudadano, especialmente quien ha sido asaltado tantas veces como, según Gobernación, había ocurrido al fenecido conductor de televisión -escribió Miguel Ángel Granados Chapa-.
Digamos la verdad monda y lironda. En el mejor de los casos, en la situación menos grave imaginable, Stanley había sido beneficiario de un acto de “cuatachismo” de los administradores hidalguenses de la seguridad pública federal. Se trataba de que ejerciera el influyentismo, al cual estaban inclinados funcionarios como Souverbille y Murillo Karam, pues no es creíble que el director general obrara sin conocimiento y consentimiento del subsecretario.
Además de proteger la portación de armas, de cualquier arma, pues no se describe ninguna en particular, el tenedor de la misma podía apantallar con su “charola”, hacer sentir que su oficio en la televisión lo colocaba cerca del poder administrativo y político -redactó Miguel Ángel Granados Chapa-.
Pero, ¿quién nos asegura que no se tratara de algo más? En el pasado, documentos análogos, expedidos también por la Secretaría de Gobernación, sirvieron de parapeto a peligrosos delincuentes. Para solo citar un grave ejemplo, recordemos lo ocurrido al comienzo de 1985; tras el secuestro y asesinato del agente norteamericano Enrique Camarena, el narcotraficante Rafael Caro Quintero fue acusado de esos delitos y por cultivo y comercio de mariguana, y por la presión norteamericana la Policía Judicial Federal fue en su busca en la capital jalisciense.
Un comandante de ese cuerpo lo tuvo a la mano. Pero Caro Quintero y sus contlapaches lo burlaron, exhibiendo credenciales de la Dirección Federal de Seguridad, firmadas por lamentablemente otro hidalguense, José Antonio Zorrilla, director general de esa policía política. Así, investidos con esa personalidad oficial, huyeron esos delincuentes de Guadalajara.
Ante el escándalo producido por esa fuga, y la evidencia de que tales licencias eran objeto de burdo y oneroso comercio, Zorrilla fue delicadamente invitado a retirarse de su responsabilidad y tiempo más tarde la dirección a su cargo desapareció. No se diluyó en la nada, sino que dio lugar al Centro de Investigación y Seguridad Nacional, el CISEN, sustraído por el presidente De la Madrid, tardíamente, al ámbito de Gobernación, enfatizó el columnista Granados Chapa.
–Ostentar una personalidad de la que se carece puede obedecer a meros problemas emocionales. Pero puede haber algo más que carne de diván en este caso. Puede haber carne de presidio-concluyó.
Y el asunto comenzó a complicarse a medida que las autoridades federales entendieron que Paco Stanley no era como las televisoras decían, según denunció la escritora Sara Sefchovich, “un santo, un iluminado, un profeta”. Claro que no. Las televisoras se encargaron de crear y atizar inicialmente el espíritu de linchamiento contra el gobierno de la Ciudad de México.
Los locutores aderezaron la información con sus opiniones, usaron tonos de voz e hicieron gestos que fueron más rojos que las “las propias notas rojas”, indicaba la señorita Sefchovich.
¿VÍCTIMA O VILLANO?
Para convertir primero a Stanley en santo, iluminado, profeta, nos endilgaron su imagen y voz, pero no haciendo chistes, “sino recitando poemas y pensamientos nobles y bondadosos”.
Y las autoridades devolvieron el golpe también de la manera más previsible: Convirtiendo a la víctima en el malo de la película, al decir que Stanley andaba metido en el turbio mundo de las drogas, “que nos cuenta de una vida privada llena de escándalos, mujeres, enredos y mentiras, para que dejemos de exigir justicia”.
Efectivamente, se montó el asunto de El Flama, un cautivo mercenario siempre dispuesto a mentir con tal de obtener provecho económico.
Y con tal de distraer la atención pública, las autoridades ordenaron el espectacular arresto de un ex malhechor apodado El Cholo, una edecán rubia, Paola Durante, Mario Bezares y compañía, “presuntos responsables del brutal doble asesinato en El Charco de las Ranas”.
En medio de una tempestad intencional de engaños, intereses y deslealtades, una hermosa, influyente e “invisible” colombiana pudo ser la clave para aclarar el asesinato de Stanley.
En información, siempre extraoficial, se dijo que el famoso animador habría pagado cara su deuda con proveedores de estupefacientes y su traición a una amistad que enturbió a base de crueles embustes.
Y se dejó en el misterio otra posibilidad: Que el verdadero negocio para el que se preparó el rubio locutor, era un gran contrabando de armas de alto poder, como las que tenía en 1984, en su domicilio, al ser arrestado José Antonio Zorrilla Pérez, titular de la Dirección Federal de Seguridad, presunto autor intelectual del crimen del periodista Manuel Buendía Tellezgirón.
En efecto, nunca se dio a conocer el paradero de las metralletas Uzzi israelíes, que por decenas almacenaba en cajas especiales el polémico, Zorrilla Pérez y que le fueron decomisadas una vez que perdió el gran poder que ejercía en la política.
Además, también se rumoró con insistencia en los medios policiales que el comentarista de televisión vislumbraba con atención el negocio de jóvenes hermosas, las que ahora son calificadas como “scorts” y que procuraba reunir en una casa de la colonia Roma.
Francisco Jorge Stanley Albaitero era gran amigo de una señora, mejor conocida como “La Madame de las Lomas«.
En cuanto a su intención de montar una gran oficina relacionada con elementos de seguridad, era absolutamente cierto que habría necesitado una fortuna, que aparentemente no poseía, pero que se consideraba posible porque Stanley tenía mucho dinero que de ninguna manera pudo ganar con su carrera profesional. Se trataba de “montañas de dólares y Centenarios” que guardaba en cajas fuertes cuya combinación sólo el comediante sabía, aunque de vez en cuando dejaba que su hijo Paul tomara “lo que su manita recogiera”.
El entonces niño habló de esas fortunas y cuando el hijo mayor de Paco fue nombrado albacea, contrató un cerrajero y con ayuda de un abogado abrieron algunas oficinas y se llevaron por lo menos un par de portafolios metalizados “con algo pesado en su interior, billetes o monedas de oro”, según vigilantes que declararon.
Algunos detectives nos dijeron que la relación, en la posibilidad del negocio de las armas, se da con el arresto de un conocido contrabandista que tenía en su poder armas dotadas de mira telescópica y rayos láser, que no abundaban en México.
Aparte con la consecución de “charolas” o credenciales oficiales de Gobernación, con autorización para portar armas… Que jamás poseyeron Paco Stanley, su hijo y el comediante “Mayito”, ni los guardaespaldas.
Como es sabido, las credenciales fueron entregadas por un funcionario que apenas tenía unos meses en Gobernación, a “escondidas de sus jefes”. Y las otorgó con todo el protocolo “porque urgía para que los usufructuarios pudieran protegerse de los continuos asaltos que padecían”.
El día 11 de mayo fueron firmadas de “recibidas” las credenciales, y pese a la urgencia con que fueron solicitadas, Francisco Jorge Stanley Albaitero y sus también “desprotegidos” ayudantes jamás las utilizaron para adquirir y portar un arma de fuego.
Es por ello que los criminales que llegaron en el auto Jetta, que solícitamente les “consiguió” un delincuente apodado El Diablo, (ex chofer del exesposo de Alejandra Guzmán, Pablo Moctezuma), no tuvieron problemas para actuar impunemente ante el caso del comediante Mario Rodríguez Bezares, (el 7 de junio del mismo año), “entretenido” misteriosamente en el sanitario del restaurante El Charco de las Ranas, cuya ubicación la misma mañana “Mayito” dio a conocer por teléfono a una mujer no identificada; los asesinos “trabajaron” frente a seres que no llevaban armas para su defensa.
El crimen estuvo a punto de ser aclarado, pero la suerte impidió que así fuera: dos policías que estaban en el restaurante incidentalmente, (querían una firma para comprobar su rondín de vigilancia), se enfrentaron a balazos con los agresores y una de las balas policiales estuvo a punto de derribar a un atacante, quien trastabilló, pero no perdió más el equilibrio cuando se daban a la fuga y escapó en el Jetta gris, que dejó manchado de sangre.
(Cabe mencionar que los heroicos guardianes de la ley nunca recibieron el homenaje que merecían por su valentía). En cambio, dos policías que encontraron a la “Mataviejitas” cuando corría junto con su cómplice de crímenes, un taxista que jamás fue castigado, la detuvieron y recibieron un departamento y cien mil pesos cada uno como recompensa, igual que un empleador particular que sorprendió a la pareja prófuga cuando salía del escenario de su último crimen, en la Colonia Moctezuma.
Como nunca se utilizaron las “charolas” para comprar pistolas de defensa, entonces los detectives informaron que “posiblemente era otro el móvil del artero crimen frente al Charco de las Ranas, donde fue herido de muerte un vendedor de seguros y quedó gravemente lesionada su mujer y un acomodador de autos”.
Es decir, comentaron los agentes, que “las montañas de dólares y de monedas de oro” quizá fueron entregadas a Paco Stanley para el negocio de elementos de seguridad y nunca lo llevó a cabo, “a lo mejor no devolvió el dinero”.
¿Y cuál era el eslabón hipotético de las armas, quizá el de las “scorts”, entre un acopiador de armas “que no abundaban en México”, entre el vendedor de armas y Paco Stanley?
El acopiador habría sido alguien como José Antonio Zorrilla Pérez, (¿Para qué querría decenas de metralletas israelíes en uno de sus domicilios, que alquiló a una mujer que dejó caer accidentalmente una enorme caja de madera y descubrió el contrabando sin querer?), el contrabandista un individuo de apellido Halloran y un importante personaje que ligaba indisolublemente a la familia Stanley con la familia Durruti.
Daba la extraña casualidad que Paco Stanley era “cuñado” de Javier Fernando Durruti Castillo, hermano de la edecán Mónica Durruti Castillo, quien obsequió un hijo, (Paúl), al comediante y en su oportunidad reclamó la cuarta parte de la cuantiosa herencia que dejó el locutor.
Un dato importantísimo en su época fue comprobar que el influyente político y exjefe de la Dirección Federal de Seguridad, José Antonio Zorrilla Pérez, protegía amplia y decididamente a Javier Fernando Durruti Castillo, «El Flaco» o «El Lápiz» como se le conocía, porque, se juraba, había participado activamente en la ejecución de gran número de colombianos arrojados al Río Tula en tiempos de los jefes policíacos Arturo Durazo Moreno y Francisco Sahagún Baca.
Y no solo eso: “El Flaco”, también conocido como “El Lápiz”, fue quien acribilló a tiros a José Luis Alonso, “El Chocorrol”, presunto asesino del columnista Manuel Buendía Tellezgirón, periodista incómodo para los amigos de Zorrilla Pérez.
Y se manejaba otro posible móvil del brutal asesinato en El Charco de las Ranas: Paco Stanley, se dijo, “pidió mercancía y dinero a cambio de liberar, a base de influencia, al gatillero encarcelado”.
Así lo mantuvo durante muchos años y, como por coincidencia, Paco Stanley “quería” con Alicia Roxana Vivanco Reyes, amiga, novia o esposa de Javier Fernando Durruti Castillo, conocida de la también edecán Mónica Durruti.
Si eso fue verdad, se conjugaban móviles: engaños con dinero, engaños personales, trucos pasionales, (“lo libero, pero ya sabes”…), solicitudes de “mercancía” y billetes verdes.
Casualmente, unas semanas antes del 7 de junio de 1999, Javier Fernando Durruti Castillo fue liberado sin la menor intervención en su favor de Paco Stanley.
Mónica Durruti comunicó al padre de Paúl, Stanley Durruti, (al parecer, actualmente es empleado de una televisora), que “El Flaco” había recuperado su libertad y comenzó una etapa de zozobra para el locutor.
Por la mañana del 7 de junio, los comediantes no sabían a qué restaurante irían a almorzar, lo decidieron de última hora. ¿Cómo fue posible primero que los criminales supieran dónde estaría Paco Stanley, segundo que iban a retirarse del “Charco”, pero que tenían que esperar a “Mayito”?
EL VERDADERO ROSTRO DE “MAYITO”
Jacobo Zabludovsky, sin querer tal vez, “ventaneó” al mentiroso comediante (Mario Besares) al interrogarlo a fondo y hacerlo caer en contradicciones, cuando la mayoría de la gente incauta creía que decía la verdad al comentar que “veneraba a su casi hermano Paco Stanley, que le había dolido en el alma la desaparición”.
¿Por qué tardó en salir del sanitario y ni siquiera se asomó para saber la suerte de sus compañeros?, habría sido una de las preguntas de Zabludovsky.
—Es que uno de los meseros, lo conozco, me dijo que iban por mí, que no saliera —fue la respuesta embustera de “Mayito”.
Oficialmente, el mesero fue interrogado y expresó que Mario Rodríguez Bezares mintió, “nunca le hablé ese día y menos le dije que no saliera del baño porque habían ido por él”.
—Usted habló por teléfono con una mujer y le dijo dónde estarían almorzando— habría indicado el licenciado Zabludovsky.
El comediante intentó eludir la respuesta sincera y prefirió decir que era una víctima de las circunstancias y calificó en su momento como “una infamia” del Procurador Samuel del Villar Kretchmar, el decir que “era cocainómano”.
Benito Castro, otro de los comediantes que por alguna razón no fueron contratados por Televisión Azteca, esquivaba a los medios de comunicación porque muchos reporteros sabían de sus inclinaciones a la cocaína, y su amistad con Paco Stanley.
El actor no resistió el llamado de su conciencia y menos cuando Raúl Velasco sugirió que “Mayito” dijera la verdad, que se dejara de embustes, pues aparentemente no ofendía a nadie con su adicción.
Benito Castro, integrante de una familia donde primero fueron famosos “Los Panchitos”— tuvieron desavenencias con el gran cantor Hernando Avilés, a quien “patearon” a la salida de un teatro, porque les reclamó que imitaran al famoso trío “Los Panchos”—, y luego cobraron celebridad para ser conocidos como “Los Hermanos Castro”, declaró en la Procuraduría General de la República, que “con frecuencia se reunía con Paco y “Mayito” para darse gusto con la cocaína”.
El comediante no tuvo el valor de disculparse con el Procurador Samuel Ignacio del Villar Kratchmer, a quien acusaba de “infamia” por decir que le gustaba aspirar cocaína.
(En el Servicio Médico Forense habían informado que la adicción de Stanley por la cocaína se comprobaba científicamente por la perforación que presentaba en paredes de la nariz el comediante Bezares y que se calculaba en más de 5 años de aspiraciones).
Cuando comenzó a abrirse paso una verdad incómoda, (la amistad de Paco Stanley con Amado Carrillo, “El Señor de los Cielos”, uno de cuyos hermanos gozaba de pases para las funciones anuales del “Tenorio Cómico”), las autoridades dieron marcha atrás en el gran avance de las averiguaciones sobre el crimen.
Televisa, como al descuido, jamás proporcionó fotografías de Alicia Roxana Vivanco Reyes y tampoco lo hicieron las autoridades del Instituto de Inmigración.
Inicialmente, se comprobó que el día 7 de junio de 1999, Día de la Libertad de Expresión, Paco Stanley recibió un recado por escrito, de un telefonema urgente que alguien le hizo cuando trabajaba en su último programa para Televisión Azteca. El locutor “palideció” según dijeron sus compañeros de trabajo y guardó el papel en un bolsillo derecho de su saco.
Al terminar el programa, Paco Stanley deseó suerte a unas compañeras para futuro programa y preguntó a “Mayito” y a Jorge Gil hacia dónde podrían dirigirse para almorzar. Por mayoría de votos se escogió El Charco de las Ranas y Paco confirmó: “Nos damos un charcazo”.
Unos minutos después, “Mayito” se comunicó con una mujer, a la que habría contestado “cariñosamente” y le dijo dónde estarían “al ratito”.
Un mensaje a Paco que lo hace “palidecer”. La persona que recibió y apuntó el mensaje jamás fue interrogada y sí declaró, nunca se dio a conocer la amenaza que hizo palidecer a Paco. Una comunicación de Mayito ubicando al grupo. Si hubiesen sucedido en otras fechas, nada tendrían quizá de particular. Pero ese día de la “Libertad de Expresión” cobraron insospechada importancia.
Jorge Gil describió así una escena: «Paco Stanley levanta su brazo para pedir la cuenta. En ese preciso instante, Mario Rodríguez Bezares también lleva una mano al estómago para agregar: “No llego al baño”. Stanley lo acompañó y retornó como diez minutos más tarde. Mario Rodríguez Bezares se quedó en el baño».
¿Puede afirmarse que un hombre tan enfermo del estómago pide un almuerzo integrado por dos huevos estrellados en medio de gran cantidad de chilaquiles con salsa picante roja? El caso es que lo esperamos algún tiempo en la camioneta de Stanley, se desató el tiroteo y Mario no apareció. Es decir, el señor Rodríguez estaba en un baño mientras moría el señor Stanley.
El señor Rodríguez no puso un pie sobre la acera, para saber qué nos había ocurrido después de 22 balazos que privaron de la vida a nuestro jefe Stanley, al señor Núñez. (agente de seguros), y nos lesionaron a varios. El señor Rodríguez no llamó al hospital, aunque sabía que yo estaba herido. El señor Rodríguez me vio hasta quince días después del crimen de Stanley. Y es el mismo señor Rodríguez que se ofende porque declaro la verdad.
El caso Stanley comenzó a quemar las manos de las diferentes corporaciones policiales, las contradicciones de “Mayito” fueron determinantes para que en las televisoras no volvieran a confiar en él. Con voz lastimera—menos ante Jacobo Zabludovsky, a quien no pudo engañar—repetía en las cámaras de televisión como todo buen actor: “Perdí a un hermano. ¿Por qué lo mataron? ¿Por qué? ¿Por qué? Si él no le hacía daño a nadie, fue una persona bondadosa, que ayudaba a todo el que se lo pedía. No se vale, no se vale que le hayan quitado de esa manera. Seguiré su ejemplo y enseñanzas y continuaré con la obra humanitaria que él inició (¿?)”.
Claro, todavía no se enfriaba el cuerpo de Paco Stanley cuando “El Loco” Valdés, Tony Flores, “Mayito”, entre otros, se apuntaron para “seguir su ejemplo y enseñanzas y continuar con la obra humanitaria que él inició”… Pero las televisoras no le dieron el puesto a ninguno de los aspirantes al sacrificio por la supuesta “obra humanitaria”.
No sobra explicar que el hijo de Stanley, Francisco Daniel Stanley Pedroza, dijo que “su padre no consumía drogas ni estaba vinculado con el narcotráfico, por lo que desconocía las bases en las que la Procuraduría de Samuel Ignacio del Villar Kretchmar fincaba sus hipótesis”.
Negó rotundamente que Paco Stanley tuviera amigos involucrados en “ese ambiente”, pero Benito Castro le dijo con valor civil que desafortunadamente Stanley sí consumía drogas.
Mientras, “Mayito” seguía mintiendo a placer: “Siento rabia por las palabras del Procurador Samuel del Villar, no se vale que nos manchen nuestra integridad, ¿por qué tratar de mancharnos mezclarnos con el narcotráfico, por qué tratar de destruirnos de esa manera?”.
—Me extraña que este señor, (Del Villar), haya expresado eso en conferencia de prensa, no se vale, se trata de resolver un asesinato y no de mancharnos. ¿Dónde vamos a parar si todo se involucra con el narcotráfico? Rechazo contundentemente que yo, o Stanley, utilizáramos drogas, solo consumíamos tabaco y licor sin abusar de ellos— expresó.
Los policías preventivos Abraham Gerardo Arellano e Isaías García, quienes se enfrentaron a los criminales y lograron herir a uno de ellos, dijeron que “los tres asesinos de Paco Stanley son profesionales, lo cual se les notaba en la forma de tomar las armas con ambas manos, en posición típica de un tirador bien preparado”.
Ellos esperaban que alguien del restaurante les firmara una prueba de su rondín de vigilancia, oyeron los disparos y de inmediato desenfundaron sus armas, calibre .38 Súper, cuando salieron ya había caído sin vida Paco Stanley y los homicidas “buscaban a uno de los guardaespaldas para matarlo, en el puente peatonal estaba un sujeto armado, semicubierto por un árbol, dos de los agresores vestían traje, uno negro y otro gris. Uno de los criminales resultó herido, ya que había rastros de sangre en todo el puente peatonal por el que los tres hampones, a quienes no pudieron ver bien, huyeron hacia el Periférico en dirección al sur. Subieron a un auto y uno de los prófugos necesitó ayuda para hacerlo, por su lesión. Pero ninguno de los asesinos es pelón”.
Si ninguno de los victimarios es calvo, ¿por qué se permitió la difusión de un “retrato hablado”, con la imagen de un hombre sin cabello?
Si la gente podía identificar a la edecán Alicia Roxana Vivanco Reyes, por qué no se difundió su imagen para evitar que escapara, como finalmente lo hizo por la frontera sur, (Cancún), mientras el joven delincuente que robó el Jetta donde llegaron los asesinos de Stanley, declaraba a los policías: “No sé cómo me identificaron tan pronto, pero solo responderé preguntas sobre el carro que me llevé, no hablaré sobre la mujer”.
Extrañamente, Juan Márquez Curiel, “El Diablo”, exchofer del exesposo de Alejandra Guzmán, Pablo Moctezuma, fue detenido en el mismo hotel de Cancún en que se hospedaba Alicia Roxana Vivanco Reyes, quien solo esperó cubrir algunos trámites migratorios y se fue posiblemente hacia Colombia, de donde es originaria.
Como por coincidencia, Televisión Azteca había ofrecido cuantiosa recompensa para quien diera información suficiente para aclarar el asesinato de Paco Stanley, las diferentes corporaciones policiacas se movilizaron posiblemente ante la gran posibilidad de enriquecerse.
UNA ACELERADA INVESTIGACIÓN
La averiguación se aceleraba, primero porque algunos medios de comunicación “exigieron” la renuncia de las autoridades del Departamento del Distrito Federal, y luego, porque el asunto no parecía tan complejo: Un ladrón de autos, conocidísimo, se había apoderado de un Jetta gris, en el que horas después se trasladaron varios hampones al Charco de las Ranas, seguros de que ahí estaría Paco Stanley, contra quien se ejercería la venganza o lo que fuese.
Los ocupantes del Jetta robado por Juan Márquez Curiel, “El Diablo”, indudablemente eran amigos o conocidos del chofer. Era cuestión de interrogar “científicamente” al manejador detenido y confesaría la identidad de sus “cuates”.
Pero, con la elegancia que da la impunidad, “El Diablo” les dijo una y otra vez: “Pregúntenme por el carro, ni modo de negar que lo robé, (el dueño, Ricardo Krasovsky Santa María, ya había declarado contra el ladrón), pero de Roxana no diré nada”.
Por esos tiempos también había sido arrestado Walter Dean Halloran—26 de julio de 1999—como integrante de una poderosa banda, era traficante de armas y se le decomisaron dos subametralladoras calibre .45, con silenciador, “armas que hacía mucho tiempo no se veían en México”.
Cuando el mercenario fue puesto a disposición de un jefe policial llamado Mauricio Tornero, se dijo que “algo tenía que ver con el asunto Stanley”,
Tornero comentó que “ya no quería saber nada del caso Stanley” y Walter Dean Halloran fue consignado únicamente por secuestro” (¿?).
Uno de los funcionarios de la Procuraduría de Justicia del Distrito que también participó en el “debilitamiento” de las consignaciones, fue el Subdirector “B” de Procedimientos Penales, Leonardo Hugo Vera Reyes, quien sólo envió a prisión a Juan Márquez Curiel por “robo de auto”.
Se “escapa” una hermosa edecán, con quien quería tener relaciones Paco Stanley, traicionando no sólo a su esposa sino a la madre de Paul Stanley Durruti; es detenido el conocido delincuente que robó el auto utilizado por los matones para atentar contra el locutor; es liberado Javier Fernando Durruti, con quien el comentarista de televisión sostuvo tratos confidenciales; Mario Rodríguez Bezares miente a placer y se convierte en sospechoso; su mujer da a luz un niño rubio y de ojos azules, lo que despierta la suspicacia de mucha gente; Televisa jamás da a conocer la identidad de la edecán colombiana que logró salir de México desde Cancún; se comprueba que la expedición de credenciales de Gobernación, para la portación de armas de fuego, no era tan urgente como se aseguró para otorgarlas; y se alteran los informes oficiales policíacos quizá para engañar al Procurador Samuel Ignacio del Villar Kretchmar, y para redondear el extraño asunto se da crédito a dos cautivos de la justicia: un reo que intentó “ganar la recompensa ofrecida por Televisión Azteca” y otro preso que dijo “haber escuchado el tenebroso plan de ajusticiar a Stanley”.
Para ello culpó directamente a la edecán Paola Durante Ochoa, a Erasmo Pérez Garnica, “El Cholo”—presunto delincuente que carecía de cabello–, el comediante “Mayito” quien también es capturado por considerarse que “traicionó a Stanley” y los escoltas del locutor sacrificado.
Si los crímenes del “Charco de las Ranas” hubiesen tenido como víctimas a dos individuos poco célebres, el asunto habría sido calificado como “papita” por la Policía Judicial del Distrito, la DIPD—antes Servicio Secreto—y la Policía Judicial Federal.
A un individuo le fue tendida una celada: “alguien” avisó con toda oportunidad el sitio donde estaría la “presa”, tres hombres armados llegaron con pistolas dotadas de proyectiles capaces de atravesar blindajes delgados y masacraron al desventurado.
De paso mataron a un comensal infortunado, lesionaron a su esposa, hirieron a un acomodador de autos y a uno de los ayudantes de la víctima principal.
Los tres se dieron a la fuga en un auto gris que abandonaron por ahí cerca, manchado con la sangre de uno de ellos—tiroteado por dos policías que desde el principio dijeron que los agresores tenían cabello normal, ninguno era “pelón”—y se vio a una mujer, en un puente peatonal, cortando cartucho a una pistola y dejando caer una bala, calibre 9 milímetros.
Inexplicablemente, uno de tres asaltantes a mano armada que robaron la noche anterior el auto gris de la fuga, fue identificado y perseguido hasta Cancún, donde llegó en compañía de una edecán, a quien pretendió en amores la principal víctima del tiroteo.
“Del auto les digo todo lo que quieran, pero no me pregunten por la colombiana prófuga, no diré palabra alguna al respecto”, aseguró el maleante.
Ahí estaba lista la “papita al horno” en sentido policial: el ladrón de autos capturado en Cancún diría el nombre de quien le pidió conseguir el automóvil gris, probablemente era el mismo autor intelectual del crimen y el asunto se iría directamente al juzgado penal que correspondiera en turno.
El asunto hubiera sido debidamente protocolizado: se habría solicitado a Colombia la extradición de la bogotana Alicia Roxana Vivanco Reyes, quien no hacía muchos años había obtenido permiso migratorio para trabajar como edecán en Televisa. Tal vez la señora habría sido capturada no porque se tuvieran pruebas en su contra por homicidio, sino porque su esposo, novio, amigo parecía estar absolutamente involucrado en la emboscada mortal del “Charco de las Ranas”, en la ciudad de México, 7 de Junio de 1999, Día de la Libertad de Expresión.
Sin embargo, al paso de las horas y mientras el personal de Televisión Azteca y Televisa protagonizaba terrible crítica para las autoridades del entonces Distrito Federal, quienes debían “renunciar” ante la ola de violencia, el “fuego amigo” se ponía de acuerdo para distorsionar absolutamente el caso, porque comenzaron a aclararse presuntos contactos con el narcotráfico local.
Susana Manterola, vocera de la Procuraduría, afirmó que el nombre del emboscado, Francisco Jorge Stanley Albaitero, estaba anotado en una lista especial de la DEA.
También la Secretaría de la Defensa Nacional y su Sección Segunda de Inteligencia Militar, hizo llegar “antiguos” análisis del asunto al Presidente de la República, en su calidad de comandante supremo de las Fuerzas Armadas: el nombre del conductor asesinado aparecía como “enlace” dentro de la estructura del Cártel de Juárez, cuando lo dirigía Amado Carrillo Fuentes.
“Sin querer queriendo” copias certificadas de las tarjetas informativas de Inteligencia Militar, fechadas entre 1994 y 1997, estaban archivadas eventualmente como anexos del expediente penal 1160/97, enderezado contra el coronel Pablo Castellanos García, por “revelación de secretos”. Esas pruebas contra Stanley, (de quien la CIA dijo no tener queja), estaban bajo custodia del Juzgado Segundo Militar, prisión de “La Mojonera”, Zapopan, Jalisco.
Y el asunto “papita”, “a la francesa”, bien “horneado”, comenzó a deshacerse entre las manos de las autoridades capitalinas: el polémico y conocido funcionario Jesús Murillo Karam, arrojó gasolina al fuego político cuando dijo que “las credenciales que se entregaron a Stanley, “Mayito” y “El Güero Gil”, fueron cedidas en un acto completamente legal”, pero otro político lo desmintió al hablar de “irregularidades”.
Tan era así que el individuo que firmó las credenciales para portar armas y que hacía pasar como empleados federales al trío de comediantes, fue obligado a renunciar y años después fue rafagueado en el Estado de Hidalgo, cuando viajaba con un amigo en una camioneta blanca y sin blindaje, de su propiedad.
Además, el caso se tornó delicado porque no sólo se habían entregado tres credenciales “legales” o “irregulares”, sino muchas otras cuyos portadores fueron advertidos de no exhibirlas de manera imprudente: periodistas, intelectuales, etcétera.
Así, la policía comenzó a buscar seres peligrosos y “pelones” como presuntos responsables del asesinato de Paco Stanley, a sabiendas de que los criminales no eran calvos.
Tampoco se solicitó la extradición de la edecán colombiana Alicia Roxana Vivanco Reyes y, como sucede con frecuencia, se “localizaron” chivos expiatorios al alcance de la mano: la edecán Paola Durante, Mario Rodríguez Bezares, Francisco Jorge Gil, el “pelón” Erasmo Pérez Garnica, (quien tenía antecedentes penales), y otros inocentes.
Se llegó a rumorar para “dar cuerpo a las investigaciones”, que las constantes humillaciones sufridas en su carrera por ayudantes de personajes de cine, teatro y televisión, “los patiños”, siempre conllevan altas dosis de rencor oculto.
Y que no era el dolor físico el que lastimaba al ayudante, sino la pena de soportar burlas, empellones, humillaciones mil, (“Cantinflas” era cruel con todo mundo, golpeaba, abofeteaba, lastimaba verbalmente), para arrancar la risa de los espectadores.
Se creía que tarde o temprano los pastelazos, piruetas forzadas, saltos obligados, danzas ridículas, podían llegar a cansar a los pacientes “patiños”.
Se ponía de ejemplo al “Chicote”, Luis Armando Velázquez de León y Soto La Marina, quien figuró en muchas películas como chaparrito bonachón, tolerante, crédulo, sencillito, cuando que en la vida real era agresivo, golpeador, explotador, aficionado al alcohol y contrabandista de mariguana.
Al final de su existencia se declaró en huelga de hambre en las afueras de la ANDA, como protesta de que los productores “se olvidaron de él más de diez años”…
Paulatinamente fue arrojándose al olvido el caso Stanley, mientras sus parientes cercanos se disputaban la cuantiosa herencia que jamás hubiera podido dejarles con su sueldo en las empresas televisoras.
Residencias en diferentes sitios, autos de lujo, “casita de descanso” en la Colonia Roma, donde celebraba reuniones privadas; “montañitas” de Centenarios y gruesos fajos de dólares; inversiones en “paraísos fiscales”, cuentas bancarias, etcétera.
Unos años después de su deceso, no hubo miles de admiradores exhibicionistas en el cementerio donde reposa, a pesar de que el locutor procuraba declamar con frecuencia que “no es el poder, ni la fama ni el dinero, es el amor, el sentimiento intenso que nos salva del olvido”.
Y si dejó de interesar Paco Stanley menos pudo importar a la sociedad el discreto fallecimiento por enfermedad de su cuñado, Javier Fernando Durruti Castillo, relativamente famoso por su violenta actividad al margen de la ley.
Tío del ahora empleado de televisora, Paul Stanley Durruti, uno de los herederos de la fortuna mencionada, Fernando Durruti fue víctima de un cruel padecimiento que se inició al recuperar su libertad.
El ahora extinto, según la policía, intervino en la matanza de colombianos cuyos cuerpos aparecieron en el Río Tula en 1982. Y más tarde se habría encargado de “silenciar” al asesino del periodista Manuel Buendía Téllezgirón, cuando el homicida hablaba en una cabina telefónica localizada en Iztacalco, ciudad de México.
En años posteriores fue arrestado junto al resto del comando policial que mató a los colombianos, incluso se trató de achacarle el atentado contra Buendía, para lo que fue disfrazado de beisbolista llanero, con la intención de que algunos presuntos testigos lo “reconocieran, sin lugar a dudas”.
La maniobra no resultó, (la intención era cobrar muchos millones de pesos que como recompensa se habían ofrecido a quien colaborara para aclarar totalmente el asesinato de Buendía), y Javier Fernando Durruti Castillo fue sentenciado a 15 años de prisión de los cuales cumplió 11 y salió libre poco tiempo antes de que Paco Stanley fuese acribillado de cuatro balazos en la cabeza, con una pistola calibre .40, que no abundaban en México.
DURRUTI, PIEZA CLAVE DEL CRIMEN
Algunos investigadores estaban seguros de que Durruti “sabía mucho sobre el crimen de “Pacorro”, pues le tenía un rencor especial: juraba que el locutor acosaba a su compañera, la bella colombiana Alicia Roxana, además de que el conductor de televisión nunca cumplió su promesa de ayudarle a salir de la cárcel.
Y no lo hizo sin importarle que Fernando Durruti era su cuñado, hermano de Mónica Durruti, ex edecán y madre de Paul, quien se salvó milagrosamente de morir, hace años, en un accidente de tránsito, al estrellar en carretera su lujoso automóvil.
La misteriosa desaparición de su compañera, la joven Vivanco Reyes, indujo a Fernando a descuidar su condición física, y en una clínica del ISSSTE, falleció el 26 de diciembre de 2004, salvo algún error de las fuentes de información.
En principio se habló de trasladar su cuerpo a un lugar del norte mexicano, pero finalmente los restos fueron sepultados o cremados en la ciudad de México.
La discreción en torno al deceso de Durruti se vio incrementada por un terremoto en Asia, cuyas noticias atrajeron la atención mundial en unas cuantas horas y la retuvieron por meses…pero con la muerte de Durruti se fue también la posibilidad remota de que el crimen de Paco Stanley se aclare algún día.
Miles de personas salieron a las calles a despedir al famoso animador, muchos admiradores lloraron ante el féretro por la desgracia y en el recorrido a su última morada llovieron flores, aplausos y lamentos. En el Panteón Español no hubo un lugar sin llenar por curiosos, estuvieron familiares pero sobre todo el pueblo a quien se dedicó.
El Procurador Samuel del Villar Kretchmer fue visitado por influyentes individuos para “sugerirle” que no diera a conocer que en la ropa de Stanley había un envoltorio de papel con cocaína y que en la lujosa camioneta negra, (alcanzada por 26 disparos), se descubrió un triturador de acero inoxidable con residuos de la misma sustancia.
También se había solicitado que no se hiciera público que un funcionario menor de la Secretaría de Gobernación había otorgado varias licencias oficiales a Stanley, para que él y su hijo, además del comediante Mario Rodríguez Bezares y dos guardaespaldas, pudieran portar armas de fuego permitidas por la ley para uso de personal civil.
Cuando se intentó hacer comparaciones de “retratos hablados” en el archivo criminal de la Procuraduría de Justicia capitalina, nada pudo realizarse porque “se descompuso el sistema Profile, único aparato que funcionaba para tal efecto en el país”.
Desde luego, los patrulleros Isaías García y Abraham Gerardo Arellano, quienes enfrentaron con valor a los gatilleros, dijeron siempre que los agresores no son “pelones”.
El tipo armado con escuadra calibre .40 la accionó 21 ocasiones y 5 el que disparó con pistola de calibre .45.
Erasmo Pérez Garnica, “El Cholo”, nunca fue reconocido por los patrulleros citados y relativamente pronto fueron dejados en libertad los inocentes, acusados por un cocinero mentiroso, a quien se le ofreció “una compensación por culpar a Mario Bezares y compañía”.
LA TERRIBLE EQUIVOCACIÓN
La terrible equivocación jamás fue compensada ni siquiera con el clásico “usted dispense”, y fue detenido temporalmente el hombre que se apoderó con sus amigos armados del Jetta gris utilizado por los matones para acercarse a Paco Stanley.
Ya había el rumor de que se trataba de Juan Márquez Curiel, “El Diablo”, quien fue chofer de Pablo Moctezuma, exesposo de Alejandra Guzmán.
Pablo Moctezuma es hijo de Estela Moctezuma, gran amiga de María Félix y quien la amortajó a la manera que llaman “diabólica”, o sea con prendas rojas y colocada de manera especial en el ataúd.
La señora Moctezuma es sobrina de “Lola, La Chata”, considerada en México como la “Emperatriz de las Drogas” y fue autorizada, Estela, por otro gran protector de María Félix, Ernesto Ramírez mejor conocido como “Ernesto Alonso”, para impedir el paso a todos los parientes de “La Doña”, quien murió a los 90 años de edad, exactamente, en los altos de su residencia, sitio que odiaba porque no podía arribar por grave padecimiento en las extremidades inferiores.
Enfurecido porque el periodista Francisco Jorge Gil no fue detenido para investigación, “Mayito” dijo que “sólo era un perro que le mordió la mano a quien lo ayudó y que, rabioso, mordía sin remordimiento y sin notar que perjudicaba a gente inocente”.
Pero el diarista dijo no sentirse agraviado y pidió en su oportunidad que la sociedad rezara por Mario Rodríguez Bezares.
En aquellos tiempos y noche a noche, Gil agradeció a Dios la oportunidad de aprovechar el resto de su vida, al salvarlo de cuatro de los seis balazos calibre.40 que le dispararon los agresores desconocidos el 7 de Junio de 1999.
¿Quién comenzó a mentir en las investigaciones sobre el asesinato del señor Stanley?-le preguntaron a Gil en las instalaciones del Grupo Acir.
-Creo que el actor Benito Castro dio la respuesta públicamente, durante una entrevista por televisión. El señor Mario Rodríguez Bezares aseguró que jamás había sido ni era adicto a las drogas y el mismo animador Benito Castro reconoció que por lo menos un año y medio antes de la tragedia, Stanley, Rodríguez y él mismo se daban gusto con la cocaína—respondió.
Y también aseguró tener pruebas de otros embustes de “Mayito”: “Mis hijos jamás han sido intervenidos quirúrgicamente y el señor Rodríguez afirma que me prestó 14,000 pesos para operar a uno de ellos, cuando supuestamente nadie me quería prestar dinero”.
–No entiendo las aventuradas imputaciones que lanzó el actor. Un servidor ganaba 83,000 pesos mensuales en aquella época. Mario obtenía 170,000 pesos mensuales. Ninguno de nosotros habría necesitado 14,000 pesos. Además, todos los integrantes del equipo del señor Stanley teníamos un seguro médico de cobertura amplia, como se demostró durante mi estancia en el hospital particular. Habría sido una estafa pedir 14,000 pesos para operar a uno de mis hijos, cuando que mi seguro podía cubrir cualquier emergencia médica–.
(Cabe mencionar que el doctor Jesús Alberto Zavala, ortopedista del Hospital Ángeles, afirmó que Mario Rodríguez Bezares “no presentaba ninguna disfunción en el pie el día de los hechos”. Sin embargo, el presuntamente mentiroso individuo hacia muecas de dolor y llevaba el pie vendado como si de verdad se hubiese fracturado algún dedo).
El jefe de información del diario La Prensa, Humberto Aranda Ballesteros, le preguntó directamente a Gil sobre la edecán colombiana Alicia Roxana Vivanco Reyes, quien sabía perfectamente todo lo relacionado con Javier Fernando Durruti y Paco Stanley…pero el periodista inmediatamente dejó de hacerse el ignorante y dijo: “Señor Aranda, me han platicado mucho de ella, pero déjeme investigar a fondo y me comunicaré la semana entrante con usted”.
Jamás volvió a comunicarse Jorge Gil con Humberto Aranda Ballesteros, pero no se olvidó de pedirle que “le diera la mano con una buena información objetiva sobre la balacera en el restaurante El Charco de las Ranas”. Infortunadamente, el destino se llevó prematuramente al periodista Aranda Ballesteros, quien siempre lamentó la falta de honestidad del diarista Jorge Gil.
La vida se llevó también al Procurador Samuel del Villar, quien parecía estar seguro de la culpabilidad de Mario Rodríguez Bezares.
En una conferencia de prensa aparentemente improvisada, dijo el 5 de octubre de 1999, que “diversos motivos orillaron a Mario a participar en el homicidio perpetrado contra Paco Stanley, entre ellos los movimientos económicos de alrededor de 70 millones de pesos que Mario realizó en ST-Producciones para beneficio personal”.
Aseguró que en la indagatoria existían diversos motivos sugerentes para que Mario participara en el crimen, “algunos de los cuales incluso fueron difundidos por la empresa donde trabajaba el propio Bezares, como cuando Paco Stanley se ostentaba como el padre del segundo hijo de Bezares”.
El funcionario añadió en aquella ocasión que Mario Rodríguez Bezares hizo una declaración una semana antes del homicidio, en Sinaloa, donde afirmó tener merecimientos para su propio programa. Después de la tragedia hubo indicaciones de que Mario podía tener ahora sí su programa.
El cocinero mercenario Luis Gabriel Valencia había comentado que con el crimen “quedarían saldadas a su favor las deudas del señor Stanley y las del propio Mario con los narcotraficantes de apellido Amezcua”.
Por si eso fuera poco, “Mario tenía poderes generales, era apoderado legal de ST-Producciones, lo que significaba activos patrimoniales importantes”.
El funcionario añadió el detalle de las humillaciones a los “patiños” y que difícilmente pudiera haber un cúmulo mayor de móviles en el caso, por lo que la investigación no ha sido desvirtuada, “no ha habido ninguna alteración, nada que pueda decir que se fabricaron pruebas, se ha hecho con una transparencia absoluta, con un escrutinio público mayor, que no ha habido en ninguna investigación”.
En cuanto al reo de nombre Gilberto de Jesús Peralta González, quien engañó por vía telefónica al presentador de noticias Raúl Sánchez Carrillo, el Procurador Samuel del Villar aseguró que el Ministerio Público iniciaría en breve los trámites que fuese trasladado a otro penal.
De hecho, en el caso hubo muchos mentirosos. Y a casi 20 años de la tragedia que costó la vida a dos personas en El Charco de las Ranas, se antoja casi imposible la aclaración total del asunto, pues el declamador se fue a la tumba con sus secretos; también un inocente agente de seguros; el destino llamó a Samuel del Villar, también al detective matón Javier Fernando Durruti Castillo—otros lo conocían como Francisco Fernando—quien, en sus últimos años, asistía a los desayunos que exagentes del Servicio Secreto ofrecían mensualmente al gran investigador Rafael Rocha Cordero, ahora también ya desaparecido. Los
Stanley ha terminado. De los artistas que tras lentes oscuros se presentaron en 1999 en la agencia funeraria respectiva, ninguno volvió al cementerio para homenajear al “gran amigo”. Los exhibicionistas que rasgaron sus vestiduras porque “se fue Paquito”, también brillan por su ausencia en cada aniversario de la tragedia. Tal vez se terminó el amor, “el sentimiento intenso que salva del olvido”.
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