SALVAMENTOS MILAGROSOS
*Modesto García Ramírez, más había tardado en salir de la sala de terapia intensiva que en caer en manos de los federales, que lo colocaron en el puente del Río Nazas y lo fusilaron el 5 de octubre de 1913
Corresponsalías Nacionales/Grupo Sol Corporativo
Ciudad de México.— Entre los insondables misterios de la muerte se cuentan algunos ocurridos en México y que podrían calificarse de inconcebibles, como el del militar que se salvó de la horca y de tres fusilamientos con “tiro de gracia”.
Además, el del valeroso celador del Palacio Negro de Lecumberri, Manuel Cardona, quien fue arrojado dos veces desde la muralla y sobrevivió a caídas de diez metros de altura, durante una evasión y un intento de fuga, ocurridas en fechas diferentes.
Cabe mencionar entre los salvamentos el de un joven burócrata de Toluca, Estado de México, quien llegó al entonces Distrito Federal para pedir prestada una pistola automática calibre .38, y sobrevivió a cinco balazos que se dio para suicidarse en un hotel del primer cuadro.
Un militar y jefe de granaderos recibió un tiro en el cráneo, durante un mitin político en la Alameda Central en 1952, y la bala se hizo pedazos sin herir al afortunado, quien horas antes del violento día decidió usar casco de acero. Y un policía preventivo fue agredido con arma de fuego por un colega: tres proyectiles perforaron su tórax, otro una pierna, la quinta bala perforó un brazo y el sexto proyectil (en aquella época casi no se usaban revólveres de más de seis tiros) dirigida al corazón, abolló la placa metálica 1784 y rebotó sin matar al uniformado, quien recuperó la salud después de un tiempo y llevó posteriormente la maltratada insignia a la Basílica de Guadalupe.
A mediados de los años 50, algunos cautivos de Lecumberri se ingeniaron para llegar a lo alto de la muralla que circunda el Palacio Negro, y entre los celadores comisionados en las alturas, (diez metros en promedio, quizá doce en algunos tramos), estaba Manuel Cardona Sánchez, cumplido guardián de la ley, quien abrió fuego con su fusil hacia los tipos que pretendían evadirse.
Ninguno pudo hacerlo porque llegaron refuerzos policiacos para impedir la fuga, pero uno de los proyectiles reventó un cable de alta tensión y provocó un incendio en una casa cercana al penal de Lecumberri. En la trifulca uno de los prisioneros dio un empellón a Manuel Cardona Sánchez, quien cayó pesadamente en el patio del penal. Al ser atendido en la enfermería, los médicos consideraron que el celador se salvó de “milagro”.
En el mes de octubre de 1958, según relato de mi amigo David García Salinas, Cronista de las Prisiones de México, el zacatecano Fidel Corvera Ríos, maestro de educación física, se puso de acuerdo con varios individuos para asaltar a mano armada una camioneta del Departamento del Distrito Federal, que transportaba casi dos millones de pesos en efectivo, en bolsas de lona que pesaban como cincuenta kilogramos cada una.
Era la nómina de los trabajadores del DDF, quienes cobraban en las oficinas ubicadas en la calle Michoacán, Colonia Condesa.
La camioneta verde fue interceptada en la calle Zamora, por un Buick negro, sin placas de circulación, del que descendieron Fidel Corvera Ríos y cuatro cómplices armados también, quienes obligaron al chofer y custodios a irse a la parte posterior, donde fueron golpeados, amordazados y atados de pies y manos.
La camioneta fue llevada entonces por la Avenida Revolución, donde algunos conductores particulares se percataron de que el chofer iba armado con una pistola, que mostraba con cinismo. Alguien avisó a la policía y se inició una persecución hacia el sur de la ciudad de México.
A gran velocidad circulaban el Buick, la camioneta y las patrullas policiacas con sirena abierta. Un agente de Tránsito, en un momento del seguimiento, logró subir al estribo de la camioneta, pero Fidel Corvera Ríos lo mató de un tiro. Los vehículos llegaron a Contreras y el manejador, al no conocer la zona, se metió en un callejón sin salida y hubo un encuentro a tiros, donde resultó herido un policía.
LA SUPUESTA CONFUSIÓN
Los hampones lograron escapar, pero sin llevarse un solo peso de la cuantiosa nómina de trabajadores del Departamento del Distrito Federal. Y sucedió algo digno de reconocimiento: los policías perseguidores y los mismos ocupantes de la camioneta, ya liberados, bien hubieran podido ocultar una de las bolsas de lona, para apoderarse de casi un millón de pesos en efectivo, pero no lo hicieron, al contrario, todos cumplieron con su deber entregando todos los billetes a las autoridades.
¡Sorpresa! Uno de los hermanos Izquierdo Ebrard, Hugo (Arturo no participó) estaba involucrado en el asalto y fue enviado a prisión. Casualmente, el mentiroso homicida conocido como “El Sapo” (juraba ser el asesino de 131 sinarquistas durante la tragedia del 2 de enero de 1946, en León, Guanajuato, cuando que sólo murieron 27 y están sepultados en el panteón local) intentó matar a Hugo, a quien le perforó el tórax pero se salvó por la pronta atención médica.
El caso es que Fidel Corvera Ríos comenzó a traficar con drogas y junto con el peligroso cubano Antonio “Tony” Espino Carrillo (exguardaespaldas del derrocado presidente de Cuba, Carlos Prío Socarrás), planeó una fuga a sangre y fuego en el penal de Lecumberri.
El cubano había sobornado a funcionarios mexicanos para obtener una plaza de agente federal en México, aunque duró poco tiempo en la policía. Pero se rumoraba que era el principal autor intelectual de un doble asesinato cometido en las calles de Lucerna, donde fueron victimados una millonaria española y su novio, un joven italiano, asunto que se conoció como “el crimen de la Cassola”, que publicaremos en fecha próxima.
Misteriosamente, entre varios presidiarios reunieron varias tiras gruesas de madera y construyeron una escalera de varios metros de altura.
¿Por qué se les permitió la fabricación de la escalera, en un penal donde muchos detalles no pasaban inadvertidos para las autoridades? Los rumores corrieron sin freno: había que matar a “Tony” Espino porque “sabía mucho acerca de los funcionarios mexicanos que ayudaron a Fidel Castro Ruz y su revolución en Cuba”. Efectivamente, Espino mantenía comunicación con rebeldes en la isla, aparte de que estaba enterado del apoyo económico que proporcionaba Carlos Prío Socarrás a los revolucionarios, quizá para intentar recuperar el poder político. Pero nada de esto era ignorado por funcionarios mexicanos, entre ellos Fernando Gutiérrez Barrios, uno de los mejores investigadores de la Dirección Federal de Seguridad.
El 5 de diciembre de 1962, con la escalera de madera que “mágicamente” apareció en el patio del Palacio Negro de Lecumberri, varios reclusos armados (habían comprado pistolas a los custodios y otras las consiguieron por la fuerza aquella ocasión) llegaron a lo alto de la muralla, donde, extrañamente, los ametralladoristas no hicieron funcionar el armamento pesado, y fue cuando nuevamente es arrojado desde lo alto el cumplido uniformado Manuel Cardona Sánchez.
En la supuesta confusión fue victimado a tiros “Tony” Espino, dentro de la cárcel y otros reclusos fueron heridos, Fidel Corvera Ríos había arrojado al vacío a Manuel, quien segundos antes lo había herido en el abdomen con un disparo de fusil…
La buena suerte de Cardona entró en acción y volvió a salvarse de sus lesiones al caer desde diez metros de altura.
Es preciso mencionar que el cumplido custodio no fue recompensado por las autoridades del Departamento del Distrito Federal.
Fidel Corvera Rios se deslizó herido, por un cable telefónico y se quemó las manos, pero logró llegar hasta un puente ferroviario, sobre el Canal del Desagüe y se ocultó en una casa de la Colonia Moctezuma, donde el Servicio Secreto lo descubrió y arrestó como quince días después de la fuga que costó la vida a “Tony” Espino y otro recluso.
BALAZOS Y PUÑALADAS
Cuatro años después, el 9 de diciembre de 1966, ya recluido en Santa Martha Acatitla, Fidel Corvera Ríos fue traicionado por el homicida Ignacio Griffaldo Méndez, sentenciado a 130 años de prisión por sus crímenes. A balazos y puñaladas fue acribillado el zacatecano, luego de una celada que esperaba, pues era un secreto a voces que algunos narcotraficantes querían su eliminación.
Se dice que, acosado por los remordimientos, Ignacio Griffaldo Méndez se encerró en su celda, siete años después de asesinar a Corvera y se quitó la vida ahorcándose. Fue necesario utilizar un soplete para abrir la puerta, pues Griffaldo la aseguró por dentro.
Por su parte, el policía José Guadalupe Vargas Anaya, el viernes 3 de marzo de 1961, fue balaceado por otro uniformado a las puertas de una miscelánea de oscura administración. El escandaloso suceso tuvo lugar en la estación ferroviaria de Tacuba, ciudad de México.
En el negocio La Conchita y luego de cumplir con su horario de vigilancia, los policías consumieron mucho alcohol y no pasó demasiado tiempo en que las armas salieran a relucir. El otro uniformado estaba un poco menos “tomado” y disparó seis veces con su arma de cargo contra su “enemigo”.
El afortunado José Guadalupe Vargas Anaya recibió cinco dolorosas heridas de bala y el último tiro lo derribó, al pegarle en la insignia metálica que protegió el corazón. Afectado por el dolor y la impresión de haber salvado la vida milagrosamente, fue llevado el guardián a la Cruz Verde, donde los médicos le entregaron la placa deformada por el impacto, la número 1784, para que la conservara como recuerdo en lo que le restara de vida. Se afirma que la depositó en la Basílica de Guadalupe.
Y antes de relatar el asombroso caso del militar, (por cierto, pariente de don Benito Juárez, Benemérito de las Américas), que se salvó de un ahorcamiento y tres fusilamientos con “tiro de gracia”, pasemos a conocer otros dos “milagros”: el del segundo comandante de Bomberos, José Alberto Uribe Chaparro y el de Federico Santillán Briseño, a quienes su suerte permitió permanecer en la Tierra mucho más tiempo del que otro destino hubiera tolerado.
VIOLENCIA EN LA ALAMEDA CENTRAL
La violencia se desató en la Alameda Central de la ciudad de México, el lunes 7 de julio de 1952, durante cruento choque con simpatizantes “henriquistas” que no se resignaban a perder la carrera presidencial que favoreció a Don Adolfo Ruiz Cortines.
El segundo comandante de Bomberos, José Alberto Uribe Chaparro narró en su oportunidad que fueron estudiantes del Instituto Politécnico Nacional los primeros en agredir, los que se lanzaron con mayor “calor” contra las fuerzas del orden, presuntamente azuzados por agitadores.
El notario público 79 levantó un acta adicional a la del Ministerio Público, con los datos que desgranaba el jefe de bomberos.
“La gente se reconcentraba frente a las oficinas del Partido Constitucionalista Mexicano, no hacía caso en el sentido de dispersarse. Los estudiantes del IPN empezaron a lanzar piedras contra los bomberos, y nos agredieron tumultuosamente, con maderos que tenían clavos en la punta. Los granaderos arrojaron gas lacrimógeno, y un hombre de traje café, me apuntó con una pistola y disparó sin titubear. El proyectil pegó en una cinta de acero y me salvé de morir, el tipo agresor se escabulló entre los estudiantes”, dijo.
Agregó que la Jefatura de Policía había advertido que la reunión de simpatizantes no fue autorizada, los organizadores no solicitaron permiso al DDF, pero se dejó que los estudiantes del IPN, “de filiación comunista, ofendieran y agredieran a las autoridades policiales”.
El general Leandro A. Sánchez Salazar, recalcó que los estudiantes del IPN asumieron una actitud francamente subversiva. Aquel día hubo un muerto por proyectil de arma de fuego, otra persona fue lesionada con arma blanca y muchos individuos se quejaron de lesiones menores pero dolorosas.
VOLVIÓ A NACER
La mayoría de los detenidos para investigación fue enviada a los separos de la Sexta Delegación, ubicada en Victoria y Revillagigedo, cerca de la Alameda Central.
En cuanto a Federico Santillán Briseño, quien “volvió a nacer”, tenía 22 años de edad, cuando participó en una riña con otros jóvenes, uno de los cuales lo hirió con arma blanca en dos ocasiones, en abril de 1936.
Trasladado a la Cruz Roja tuvo la suerte de que estaba de visita el doctor Fernando Valdés, cirujano, quien sugirió que lo trasladaran al Hospital Juárez para intentar salvarlo.
Y es que el hospital de la Cruz Roja estaba saturado, sobrecargado de servicios, Federico fue llevado en ambulancia con sirena abierta, al famoso Hospital Juárez.
Con destreza fue extraído el corazón, que presentaba un corte peligroso para la vida, Fernando Valdés suturó con rapidez y durante minuto y 10 segundos la víscera dejó de latir. Mientras los testigos de la extraordinaria operación se miraban con inquietud, el corazón de Federico volvió a funcionar con normalidad. El resto fue relativamente sencillo para el muchacho, cuya fortaleza lo llevó a recuperarse con rapidez, gracias a la admirable intervención quirúrgica.
La Beneficencia Pública del Distrito Federal premió al doctor Fernando Valdez enviándolo como su representante a Europa, a un congreso sobre estandarización de servicios en los hospitales, reunión que iba a celebrarse en Checoslovaquia.
FUSILAMIENTOS
El 26 de mayo de 1967, el capitán Modesto García Ramírez Juárez, fue entrevistado en una casilla electoral entonces ubicada en Insurgentes Norte 1812, relativamente cerca de la terminal “Indios Verdes”, del Sistema de Transporte Colectivo-Metro.
Nacido en la ciudad de Torreón Coahuila, el 15 de junio de 1872, año en que falleció su ilustre pariente, don Benito Juárez García, Benemérito de las Américas, el capitán dijo que sus padres, Manuel de los Sacramentos García y María del Carmen Ramírez Juárez, fueron originarios de San Pablo Guelatao, Oaxaca., cuna del afamado pastor que llegó a ser Presidente de la República.
El militar relator afirmaba que posiblemente el espíritu de su pariente Juárez alentaba en su indómito carácter, porque a sus 95 años de edad, (en 1967) no se rendía ante el tiempo y recordaba su pasado con relativa fidelidad.
A pocas personas les relataba lo relacionado con la supervivencia increíble de que había gozado desde que prestaba servicios al mando del general Miguel Alemán González, cuando tuvo lugar un alzamiento porfirista en Acayucan, Veracruz. Su hijo, Miguel Alemán Valdés, sería Presidente de la República.
El anciano militar dijo tener innumerables muestras que en todo su cuerpo le habían dejado las balas que fueron incapaces de cortarle la existencia.
Decía que en tiempos de los “cristeros” cerca de cien sacerdotes fueron fusilados, porque el gobierno creía que dejando sin guías a los campesinos, la rebelión sería sofocada con rapidez. “En aquella época protegíamos a los sacerdotes, los escondíamos de día para que ejercieran de noche en provincia, pero no faltaban los traidores que los denunciaban por dinero o por temor”, narraba.
“Lo de nosotros no era deslealtad, porque muchos generales escondían en sus propias casas a los religiosos”, sostenía.
Luego de estar al mando de Alemán, “me dirigí a Torreón, para incorporarme a las fuerzas villistas, con las que estuve en la toma de Parral”.
“No olvidaré que ahí, el 8 de julio de 1913, por soldados comandados por el general Rubio Navarrete, que defendía la plaza, fui fusilado por primera vez”, comentó.
EL TIRO DE GRACIA
Modesto García Ramírez Juárez sintió las balas penetrar en la caja del cuerpo y se derrumbó instantáneamente por la fuerza de los impactos. Calculaba que pasaron de 3 a 5 segundos cuando se acercó alguien y le disparó a la cabeza para que dejara de sufrir, es decir, le aplicó el llamado “tiro de gracia”. El impacto le hizo perder el sentido y los soldados se fueron inmediatamente al considerarlo muerto.
Al terminar la toma de Parral, los compañeros de García Ramírez Juárez notaron que se movía, y sin demasiadas precauciones, lo condujeron al hospital del lugar, en donde los médicos le salvaron la vida, después de varias semanas de combatir a la parca, que insistía en llevárselo.
Al salir del nosocomio se incorporó a la infantería de Tomás Urbina, compadre de Pancho Villa, pero más había tardado en salir de la sala de terapia intensiva que en caer en manos de los federales, que lo colocaron en el puente del Río Nazas y lo fusilaron el 5 de octubre de 1913.
Otra vez el dolor de los proyectiles destrozando partes blandas de su cuerpo y nuevamente el “tiro de gracia” para “rematarlo”. Tal vez tenía demasiado grueso el cráneo porque, por segunda ocasión, la bala ”final” respetó la vida del capitán García. Nuevamente cundió el asombro y en el hospital de Torreón arrancaron al militar de las garras de la muerte.
Restablecido luego de curaciones llamadas “de caballo”, (el capitán creía que le aplicaron pólvora y grasa de cerdo), se agregó a las fuerzas carrancistas en el Estado de Veracruz.
En 1914 fue capturado y consignado a las “tinajas” de San Juan de Ulúa, donde sufrió mucho y fue liberado por las fuerzas del capitán Joaquín Mass, por lo que volvió de nuevo al combate.
En 1919 volvió a ser citado por la muerte, el 8 de julio fue fusilado en la hacienda de Tecuila, tenía 47 años de edad y creyó que hasta ahí llegaba su existencia. Como en las pasadas ocasiones, su cuerpo fue perforado por varias balas y recibió otro “tiro de gracia”.
Los tiradores consideraron que había muerto y se fueron… pero el capitán volvió a salvarse. Diez años pasaron entre curaciones y aparente recuperación. Los sublevados de Escobar aprisionaron a Modesto en la población Martínez de la Torre y todos sugirieron que “no gastaran balas, que sería mejor colgarlo”.
Ya le faltaban algunos dedos de la mano izquierda, volados por proyectiles de malos tiradores. En la cabeza tenía las cicatrices de tres tiros de “gracia”. Los sublevados escogieron un árbol grande, con gruesas ramas, de donde podía pender cualquier cuerpo humano. Los Escobaristas escogieron una cuerda raída y la colocaron al cuello de Modesto.
Alguien sugirió que le atasen las manos y así lo hicieron. A lo lejos se oía el rumor de jinetes al galope. Los rebeldes se pusieron nerviosos y ataron la cuerda a una silla de montar, al primer tirón la soga se reventó y el cuerpo del militar se desplomó, cuando se creía que moriría de asfixia cuando mucho en tres minutos.
Los sublevados se fueron de prisa, no sin comentar que “todavía no le tocaba” al capitán García. Con grueso “tallón” en el cuello, pero prácticamente ileso, el combatiente afortunado se incorporó con precauciones y se fue caminando mientras se quitaba la cuerda que le impedía mover los brazos.
En 1967 las “condecoraciones” que lucía en su cuerpo el capitán Modesto García Ramírez Juárez impresionaban verdaderamente, pero no conmovieron a las autoridades de la Secretaría de la Defensa Nacional, porque, a pesar de haber sido un combatiente esforzado de la causa revolucionaria, el militar casi centenario sufrió mil penalidades por falta de recursos económicos.
Hasta antes de que concluyera el plazo de empadronamiento ciudadano, en 1967, el militar retirado estaba encargado de la oficina ubicada en un supermercado de Insurgentes Norte 1812. Muy atrás había quedado el tiempo del olor a pólvora, polvo en los caminos, caballos briosos en combate, ametralladoras sembradoras de muerte, potentes mosquetones, fusilamientos y “levantamientos” por doquier. F I N
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