MIROSLAVA STERN: EL SUICIDIO DE SU PEINADORA
*Abordó un camión de la línea México-Tlalnepantla y bajó del autobús, frente a una capilla, a poca distancia del crucero Tenayuca-Tlanepantla en que se privó de la vida; estuvo presente en la incineración de Miroslava
Corresponsalías Nacionales/Grupo Sol Corporativo
(Cuarta de siete partes)
Ciudad de México.- Los rumores sobre Miroslava se incrementaron inesperadamente cuando una de sus peinadoras favoritas, Marta Aurelia Hernández, cultora de belleza en la calle Niza 23, Colonia Juárez, se quitó la existencia. Según se dijo, Marta Aurelia estuvo presente en el acto de incineración de los restos de Miroslava, el viernes 11 de marzo de 1955, por la tarde. Poco después, en el salón donde prestaba sus servicios, se arregló lo mejor posible y dijo a la propietaria del establecimiento y demás compañeras de trabajo, que “se iba al cine”.
La verdad comprobada es que abordó un camión de la línea México–Tlalnepantla y bajó del autobús, frente a una capilla, a poca distancia del crucero Tenayuca-Tlanepantla en que se privó de la vida.
Se afirma que el guardacrucero se extrañó de que una mujer tan joven y bonita anduviera sola por esos lugares, después de las 21 horas. Marta tenía 20 años de edad. Su actitud era de nerviosismo.
El silbato de un convoy se escuchó y el guardavías se apresuró a detener el tránsito para que no tuviese lugar algún encontronazo. Al llegar la locomotora, Marta Aurelia se arrojó a la vía, luego de gritar en forma horrible.
El maquinista no pudo frenar a tiempo. Entre las pertenencias de Marta había una carta dirigida a su hermana, quien se encontraba en La Habana, Cuba. Otra misiva póstuma fue para Virginia Hernández, madre de Marta, la señora residía en Goethe 144, departamento 1, Colonia Anzures, donde era empleada particular de Edith Faraggi Menasce.
Mientras se investigaba el deceso de Marta, la ANDA protestó ante las autoridades correspondientes, a quienes tachó de negligentes y débiles porque no impedían la circulación de “publicaciones que violaban las más elementales principios de la ética periodística y nuestras normas legales y que además, atacaban la moral, los derechos de terceros y la vida privada, haciendo de la calumnia y la difamación una eficaz arma para satisfacer inconfesables pero bien conocidos objetivos”.
La queja de la agrupación se originó en que mientras los restos de Mioslava eran incinerados, un pasquín circulaba expresando conceptos “impublicables” contra la artista desaparecida y otras estimables actrices de la ANDA, conceptos calumniosos y difamatorios con el evidente propósito, que encontró su origen en la pequeñez mental, social y de toda índole, de sus editores, de desprestigiar, en actitud criticable, que reclamaba el más enérgico de los castigos, según expresó en su oportunidad José Angel Espinosa, “Ferrusquilla”.