El palacio negro de Lecumberri: muertes y fugas
En los años 20, la vida de un preso dentro del penal costaba solamente unos cuantos cientos de pesos; 50`s “la tarifa” aumento a miles de pesos, después a cientos de miles y luego se hablaba de millones
Corresponsalías Nacionales/Grupo Sol Corporativo
(Sexta y última parte)
Ciudad de México.- Desde la creación de las prisiones se han puesto precio a la vida de los reos, de acuerdo a su importancia, bien por su poderío físico, económico o político. En los años veinte la vida de un preso dentro del penal de Lecumberri costaba solamente unos cuantos cientos de pesos.
Ya en los años cincuenta “la tarifa” aumento a miles de pesos, después a cientos de miles y luego se hablaba de millones de pesos, aunque cabe aclarar que la cifra siempre variará de acuerdo a la importancia del escogido.
Aun en la actualidad, hay quien “ofrece” sus servicios dentro de las cárceles por unos cuantos miles de pesos, si se trata de un reo común y corriente, porque si se trata de un hampón conocido, un banquero, algún empresario o un millonario defraudador, lógicamente la cantidad aumenta.
OTROS “DISTINGUIDOS” PRESIDIARIOS
Desde entonces ya había “huachicoleros”. El coronel Manuel Martínez de Castro, apodado “El Conde Gasolinas” o “El Coronel Hueco”, fue otro de los destacados “clientes” de Lecumberri.
A lo largo de más de cinco años, Martínez de Castro, quien ocupaba un alto cargo dentro de Petróleos Mexicanos robó diariamente miles de litros de gasolina, a través de pipas de gasolina con doble fondo.
Por su delito fue condenado a 12 años de prisión, pero estuvo menos de la mitad ya que a la mitad de su condena se le dejó libre por “buena conducta”.
Otro de los huéspedes distinguidos, fue Robert Marich, “King Kong”, de dos metros 10 centímetros de estatura, ex combatiente de Vietnam. Fue preso por asesinar a la hija de una ex diplomática mexicana y condenado a 21 años de cárcel, pero solamente estuvo 10 meses y medio en prisión.
Repentinamente, sufrió un ataque de apendicitis aguda por lo que tuvo que ser intervenido de emergencia, para lo cual se le llevó al Hospital Juárez. Se le operó y cuando aún estaba en terapia intensiva, en proceso de recuperación, el enorme gringo sometió a médicos, enfermeras, guardias y empleados y huyó del nosocomio. Nunca más se volvió a saber de él.
David Joel Kaplan y Carlos Contreras Castro, quienes protagonizaron espectacular fuga de la penitenciaría de Santa Martha Acatitla, huyendo en un helicóptero, antes pasaron por Lecumberri donde permanecieron sólo unos cuantos meses y después trasladados a la nueva penitenciaría por su peligrosidad.
Los líderes ferrocarrileros Demetrio Vallejo Martínez y Valentín Campa Salazar, piezas claves en el movimiento de 1959, acusados de disolución social y daños a la Nación, también formaron parte de la galería de presos célebres.
Se cuenta que uno de los celadores de nombre “Nicho”, recibió las órdenes de “ablandar” a como diera lugar, a Demetrio Vallejo, a fin de que proporcionara los nombres de más luchadores sociales.
El citado “Nicho”, con el apoyo de un piquete de celadores se dirigió a la celda de Vallejo y Campa para “interrogar” a Vallejo, pero este terminó por propinarle tan brutal golpiza al celador que lo mandó varias semanas al hospital. Ello le costó también varias semanas de “Apando” al activista, pero ya no volvieron a molestarlo.
EN CHIRONA EL PRIMER MEDALLISTA OLÍMPICO
El general Humberto Mariles Cortés, primer mexicano que obtuvo una medalla de oro en los Juegos Olímpicos de 1948, en Inglaterra, como caballista, fue otra de las figuras cautivas en el Palacio Negro.
Por un incidente de tránsito, el general Mariles asesinó arteramente a un humilde albañil que se le cerró accidentalmente con su vehículo. El alarife bajó de su auto y ofreció disculpas al arrogante militar que, pistola en mano, lo insultó una y otra vez para provocarlo.
El trabajador no hizo caso a las provocaciones y dándole la espalda se dirigió a su auto, pero entonces el general le disparó por la espalda con su escuadra calibre 45 y lo mató.
Fue detenido y sentenciado a ocho años de cárcel, por homicidio simple intencional, pero quería que le rebajaran aún más la condena y apeló.
Un mes después fue notificado por el Tribunal Superior de Justicia que el delito había sido reclasificado a homicidio en primer grado, es decir con las agravantes de premeditación, alevosía y ventaja por lo que pena aumentó a 20 años; sin embargo, sólo permaneció poco más de cinco años en Lecumberri, pues fue preliberado por “buena conducta”.
Al salir, renegó de la justicia de su país y viajó a Francia. Cuando se disponía a salir del aeropuerto, fue sorprendido por los guardias quienes le encontraron en su equipaje tres kilos de cocaína.
De nueva cuenta fue aprehendido, pero en conferencia de prensa, advirtió que daría a conocer nombres de políticos, militares, empresarios y funcionarios que estaban vinculados al narcotráfico.
Fue llevado a una de las cárceles de París y cuando la opinión pública se mantenía expectante por las declaraciones que haría, Mariles murió en su celda. La versión oficial señaló que había muerto a consecuencia de un edema pulmonar, la extraoficial, que había sido envenenado para que no hablara.
TAMBIÉN LITERATOS
El escritor José Maximiliano Revueltas Sánchez, conocido mejor como José Revueltas y por su activismo político, fue detenido por su ideología política y confinado en Lecumberri.
Por insolente e incorregible, fue llevado varias veces al “Apando”, experiencia que lo llevaría escribir su libro del mismo nombre que sería llevado a la pantalla cinematográfica.
El autor describió que se trataba de una celda de castigo, de metro y medio de superficie. Se le situaba en los sitios más alejados y solitarios, hechos de tal manera que no permitían se filtrara el más débil rayo de luz, ni ruidos.
Fueron pensados para que albergaran a un sólo reo y se tenía programado sacarlos diariamente para realizar sus necesidades fisiológicas, porque carecía de retrete, y para que tuvieran movimiento al menos por una hora.
Pero ante el aumento de la población y, sobre todo, por los innumerables presos castigados, se llegaban a introducir en el reducido espacio hasta 15 personas por espacio de un mes; otras por varios meses e incluso a los incorregibles o insolventes para pagar sus “cuotas”, se les dejaba en forma indefinida, hasta que murieran.
A la hora del “rancho” (comida), pésimo y raquítico de por sí, los presos tenían que poner su bote o cualquier otro recipiente para recibirlo y aquellos que no tenía “platos”, tenían que hacer un hueco con las manos juntas y ahí recibían su alimento, lo que provocaba feroces riñas entre los mismos reos.
La mayor parte de la putrefacta comida, caía en una gruesa y pantanosa capa de excremento, orines, escupitajos y demás desechos orgánicos de los mismos presos, que jamás eran sacados durante su confinamiento.
Por lo reducido del espacio, tenían que dormir de pie o, en el mejor de los casos, o en cuclillas, pues era imposible que pudieran tenderse en el suelo por el número de reos.
Ese trato infrahumano, provocaba que frecuentemente fueran sacados números reos con severas infecciones en los ojos y oídos o ya sin vida de los “Apandos”. Solamente los más fuertes lograban salir vivos y podían reintegrarse a la población penal.
LÍDERES, GOBERNADORES, GUERRILLEROS, ACTIVISTAS
Demetrio Onofre, Demóstenes Valdovinos y Mario Renato Menéndez Rodríguez, director del semanario “Por Qué”, publicaron su versión de lo ocurrido el 2 de octubre del 68 y el 10 de junio del 71, lo que les valió ser llevados a Lecumberri.
Su libertad se obtuvo tras el canje del rector de la Universidad de Guerrero, Jaime Castrejón Díaz, a quien secuestraron y por el que exigieron la libertad de los presos políticos. El mediador fue el obispo Sergio Méndez Arceo.
Los gobernadores Carlos Armando Biebrich, Israel Nogueda Otero, Alfredo Ríos Camarena y Félix Barra García, también fueron “inquilinos” de Lecumberri, así como los “porros” Carlos Aquilino Pereyra, Francisco de la Cruz Velasco, Miguel Castro Bustos y Mario Falcón.
EL SECUESTRADOR MÁS SANGUINARIO
Primero plagiaba, luego mataba y después cobraba. Uno de los secuestradores más sanguinarios y crueles fue el licenciado en administración de empresas, Jorge de San Nicolás Arjona, quién como gerente de una cadena hotelera a nivel nacional, en la década de los setentas, ganaba un sueldo mensual de varios cientos de miles de pesos.
Pero, ambicioso al fin, esa cantidad no le satisfacía y al conocer a empresarios acaudalados y gente de dinero en los mismos hoteles que administraba, decidió formar su banda de secuestradores y asesinos, pues a diferencia de otros plagiarios que secuestraban y exigían el rescate a cambio de devolver a la víctima con vida, éste, una vez consumado el plagio, ordenaba matar al secuestrado y después cobrar.
Se habla de una serie de plagios que dejaron muchos millones de pesos a Arjona y su banda y seguramente hubiera continuado su carrera criminal impune, de no haber escogido como sus víctimas a dos de los juniors más importantes de aquella época.
El primer plagiado fue Gabino Gómez Roch, primogénito del director del Banco de México y a Rubén Enciso Arellano, hijo de un prestigiado odontólogo cuya fama era a nivel internacional.
El “modus operandi” fue igual: Los secuestró, los mató y después cobró. Sus cuerpos fueron descubiertos en parajes desolados de Michoacán y Guerrero.
Ante la notoriedad de sus últimas víctimas, el escándalo se hizo mayúsculo y las exigencias por aclarar los secuestros crecieron, de tal suerte que en poco tiempo fue detenido Jorge de San Nicolás y dos de sus cómplices: Enrique Rosete y Miguel Ángel Camín.
Durante su presentación ya como detenido, Jorge de San Nicolás se mostró altivo, desafiante y cuando Miguel Ángel, quien apenas había rebasado la mayoría de edad, dijo que “iba a decir toda la verdad”, Jorge, en plena conferencia de prensa, se zafó de los agentes que lo custodiaban y de una bofetada derribó a su compinche, a la vez que dijo: “no le hagan caso, es muy joven y está nervioso”.
Fue consignado y a los tres días fue encontrado sin vida en uno de los baños de Lecumberri.
Se suicidó, fue el informe oficial.
El individuo medía cerca de 1.90 metros y cuando fue descubierto, tenía metidos los dos pies en la taza del baño. Pendía de un tubo de una altura de no más de 1.50 metros.
Presentaba golpes en todo el cuerpo, quemaduras de cigarrillos, astillas encajadas en las uñas de manos y pies, había sido emasculado (castrado) y la autopsia señaló que no presentaba ninguna vértebra cervical rota, lesión obligada cuando alguien se ahorca, ya que al caer el cuerpo se produce ese tipo de lesión.
LOS ROBOS A CASAS DE PRESIDENTES Y ARTISTAS
El caso de Efraín Alcaraz Montes de Oca, “El Carrizos”, merece una mención aparte, ya que no se trató de un delincuente común y corriente, sino de “El Rey de los Zorreros”, ladrón de residencias, cuya fama trascendió a tal grado que su historia criminal fue llevada al cine, por el director Everardo González con la cinta “Los Ladrones Viejos”.
Efraín siempre se sintió ofendido cuando le llamaban ratero, aclaraba que él era ladrón y tenía su ética, pues nunca lastimó a nadie durante sus asaltos y cuando descubría que había alguien en la casa que había escogido para robar, desistía del acto y si era sorprendido jamás se enfrentaba a los ocupantes, prefería huir para no lastimar a nadie o
ser capturado.
Efraín “El Carrizos”, apodado así por su flexibilidad y Jorge Téllez Girón, alias “El Drácula”, por su parecido con el legendario vampiro, crecieron juntos y ambos eran ladrones, sólo que el primero se declaró pillo desde un principio y el segundo, con el que encompadró, se volvió policía, es decir, también pillo, pero camuflado.
“El Carrizos” se volvió todo un dolor de cabeza para la policía, pues robó en las residencias del regente Ernesto P. Uruchurtu, de los ex presidentes Luis Echeverría y José López Portillo; de los artistas Olga Breeskin, de los futbolistas Hugo Sánchez y Miguel Negrete y de otras personalidades.
El aseguraba en sus detenciones haber “robado medio México, pero siempre a la gente rica, a la gente que tenía, nunca a los pobres”.
Curiosamente fue su compadre Téllez Girón el que lo “detuvo” y gracias a esa captura fue elevado al grado de comandante del entonces Servicio Secreto.
Enterado del robo a la residencia del presidente Luis Echeverría, en San Jerónimo, y sabedor de los alcances de su compadre, lo contactó y le dijo que “tenía que regresar la copa, (devolver lo robado), porque el señor presidente está muy molesto”.
Le dijo que ya estaba todo arreglado, pero que tenía que devolver todo el botín: joyas y valores que había logrado sustraer esa misma noche de otras dos residencias. Al día siguiente, acompañado de su compadre, se presentó en la residencia de Echeverría, custodiada por civiles, policías y militares a los que burló no sólo para entrar, sino para
escapar con el botín.
En un salón privado depositó el botín en una mesa, ante la presencia de María Esther Zuno de Echeverría, quien sólo lo vio de reojo y agarró las joyas, para enseguida ordenar que se lo llevaran.
“El Drácula” fue ascendido a comandante, pero de ese asalto no se supo nada en su momento, porque “El Carrizos” no fue consignado, sería detenido tiempo después al descubrirse otros robos similares a personajes famosos.
Por sus delitos pasó varios años en Lecumberri, hasta que fue liberado a inicios de 2007, pero atrapado nuevamente en 2008 por intento de robo.
Esa acusación indignó al “Carrizos”, pues dijo que él no fallaba y además qué iba a robar de un taller en la colonia Pradera, en la Delegación Gustavo A. Madero, “¿unas llaves de tuercas?”.
Por su parte, Jorge Téllez Girón, también pasaría a ser huésped de Lecumberri, al ser denunciado por varios delincuentes que eran extorsionados por el jefe policíaco, quien incluso escogía las residencias que tenían que robar, los llevaba y cometido el harto después debían entregarle la mayor parte del botín.
TEMIBLE DIVISIÓN DE INVESTIGACIONES
Eulalio Rubí Cedillo, Elías Isse Núñez, José Salomón Tanús, Jorge Téllez Girón, “El Drácula” y Jorge Obregón Lima, “La Chita”, jefe máximo por un tiempo de la temible División de Investigaciones para La prevención de la Delincuencia (DIPD), fueron algunos de los altos jefes policíacos que estuvieron a punto de ocupar “su suite” en las crujías de Lecumberri, pero gracias a sus abogados, solamente llegaron al área de juzgados, dejando con un palmo de narices a decenas de reos que ya los esperaban ansiosos para darles su “bienvenida”.
Muchos otros personajes, gracias a la varita mágica del amparo, sólo llegaron al umbral del Palacio Negro, pero estuvieron a punto de trasponer las puertas del infierno y formar parte de la población penitenciaria.
La lista es larga y el espacio corto, por lo que solamente nos referiremos a unos cuantos: Gustavo “Halcón” Peña, del equipo Guadalajara, acusado de bigamia por la hija del torero Silverio Pérez; Rubén “Púas” Olivares, acusado de violación tumultuaria y lesiones; su compadre, el promotor de box Rubén Maldonado, por homicidio; José Ángel “Mantequilla” Nápoles (QEPD), lesiones; Alberto Vázquez Gurrola, por bigamia; su colega Manuel Muñoz Velasco (también finado), cuyo nombre artístico era Manolo Muñoz, por delitos contra la salud; Alfredo “El Güero” Gil, del trio Los Panchos, por homicidio y muchos
otros más.
En la mayoría de los casos, había los elementos necesarios para ejercer acción penal en contra de los inculpados, pero misteriosamente, durante el transcurso de los procesos, las pruebas se desvanecían, las balas desaparecían, los testigos se retractaban, los delitos se reclasificaban, los peritajes se cambiaban y finalmente se resolvían a favor de los indiciados.
MILES DE MUERTOS E INCONTABLES FUGAS
Si se intentara contabilizar el número de muertes en el Palacio Negro durante sus casi 76 años de existencia, entre “suicidios”, asesinatos y hasta desapariciones, sería punto menos que imposible, conservadoramente se calcula que cuatro veces su población inicial (mil 400 presos, entre hombres, mujeres y menores de edad), es decir más de 5 mil 600 personas, perecieron dentro de dicha prisión.
Otro tanto ocurrió con el número de fugas, pues de la misma manera que se ocultaban las muertes también se tendía un velo de misterio respecto a las evasiones, por lo que sería imposible cuantificar cuántas fugas hubo.
Unas de las pocas conocidas, fueron las de Santiago Reyes Quesada, conocido en el hampa como “El Capitán Fantasma”, con un récord de siete fugas de distintas prisiones.
“El Capitán Fantasma” logró escapar de muchas y muy variadas formas de la cárcel: escondido en un ropero, como “Pepe el Toro” en la película, disfrazado de militar, escalando los muros, en un carro de bomberos y hasta en el auto de un ex gobernador, a cuyo guardaespaldas embaucó.
En la fuga de Lecumberri, Reyes Quesada logró evadirse disfrazado de mujer, para lo cual contó con la complicidad del personal de vigilancia. Fue recapturado y enviado a un penal en el estado de Puebla, donde trató de escapar en dos ocasiones, pero no lo consiguió hasta que finalmente murió en prisión.
Cuatro meses antes de que el Palacio Negro de Lecumberri cerrara sus puertas definitivamente, el cubano Alberto Sicilia Falcón y sus cómplices Luis Antonio Zúccoli, Alberto Hernández Rubí y José Egozzi Béjar, se evadieron espectacularmente, a través de un túnel, obra maestra de ingeniería y arquitectura, con una longitud de más de 700
metros.
La mañana del 26 de abril de 1976, el Palacio Negro de Lecumberri se convirtió en un manicomio, al descubrir en la crujía “L” del narcotraficante cubano, ex espía de la CIA y amante de Irma Serrano, “La Tigresa”, la boca de un túnel de 80 centímetros, aproximadamente.
Por dicho pasadizo se habían escapado Sicilia Falcón, Antonio Zúccoli, Hernández Rubí y Egozzi Béjar. El subterráneo iba desde el interior de la penitenciaría hasta una casa en aparente construcción en las calles de San Antonio Tomatlán.
El pasadizo medía más de 700 metros y su costo, estimado por las autoridades, había sobrepasado los tres millones de pesos, además de otros cuantos repartidos entre directivos del penal por no “darse cuenta” de la construcción del pasadizo subterráneo.
Tras la fuga y la revisión del túnel, las autoridades quedaron boquiabiertas ya que se toparon con una obra maestra de ingeniería donde encontraron herramienta costosa y sofisticada: Carretillas, guantes, marros, seguetas, potentes taladros con silenciador, picos, palas, barretas, cinceles, mascarillas, sierras para cortar concreto y metales, tanques de acetileno, colchones neumáticos, planos de la penitenciaría, lámparas sordas y de gasolina, además de muchos y variados implementos de manufactura extranjera.
A lo largo del túnel colocaron placas de acero, tanto en el techo como a los lados, para evitar posibles derrumbes.
Sobrevino el escándalo y el triunfo de la recaptura se lo adjudicó la División de Investigaciones Para la Prevención de la Delincuencia (DIPD), de Arturo Durazo Moreno, “El Negro” y Francisco Sahagún Baca, aunque en realidad los captores habían sido modestos patrulleros que solamente iban a infraccionar al conductor de un automóvil que
circulaba a exceso de velocidad.
La libertad de Sicilia y compinches había resultado efímera, pues tan sólo seis días después, el 2 de mayo de ese mismo año, luego de unas cuantas copas, unas amigas y un vehículo, los prófugos seguían celebrando su peliculesca escapatoria.
Los cuatro fugitivos circulaban velozmente a bordo de un automóvil Buick, convertible, cometiendo toda clase de infracciones al Reglamento de Tránsito, por calles de la colonia Condesa.
Fueron avistados por unos patrulleros que les ordenaron a través del altoparlante, que se detuvieran para infraccionarlos.
Obviamente, no se detuvieron pues temían ser reconocidos y empezó la persecución, al tiempo que los uniformados pidieron refuerzos ya que les resultó extraño que por una falta de tránsito los sujetos se dieran a la fuga.
Junto con la persecución se entabló la balacera a la que se sumaron más elementos de la entonces Dirección General de Policía y Tránsito del DF.
Así, se prolongó hasta un edificio de la colonia Narvarte. Hasta ese momento ninguno de los perseguidores se imaginaba siquiera que se trataba de los evadidos del Palacio Negro de Lecumberri, aunque ya suponían que se trata de “peces gordos”, dada la resistencia a su captura.
Finalmente, los patrulleros tomaron a sangre y fuego el edificio de departamentos y aprehendieron a los fugitivos. Fue hasta entonces que se dieron cuenta de quienes se trataba. Las investigaciones revelaron que el jefe de vigilancia, el coronel Edilberto Gil Cárdenas, había sido el principal protector de la fuga y éste a su vez dio a conocer que también estaban involucrados el subdirector, Jesús Ferrer Gamboa y varios celadores que también terminaron en prisión.