VERDADES Y MENTIRAS: EL GENERAL EMBALSAMADO
*El miércoles 18 de julio, el féretro fue llevado al patio central de Palacio Nacional, desde donde una carroza lo llevó hasta la estación de ferrocarril Colonia, de la cual partiría con rumbo a Sonora
Corresponsalías Nacionales/Grupo Sol Corporativo
(Quinta de siete partes)
Ciudad de México.— El falso documento mencionaba la fecha, 17 de julio de 1928, y entre otros, un dato absolutamente estúpido: “El cadáver pertenecía a un individuo robusto, de 48 años de edad, casado; mide un metro 66 centímetros de longitud, 1 metro 6 centímetros de circunferencia torácica y 1 metro 7 de abdominal”.
Todo mundo está de acuerdo en que Obregón tenía una circunferencia torácica absolutamente diferente a la abdominal, en otras palabras era un tipo “súper panzón”, la diferencia de ninguna forma podía ser de 1 (un) centímetro.
Eso por un lado. Por otro, el documento falsificado tenía éste encabezado: “Acta de reconocimiento de heridas y EMBALSAMAMIENTO del general Álvaro Obregón”.
Aarón Sáenz, quien fue después magnate azucarero, contaba que aquella tarde trágica, en la mesa estaba Arturo H. Orcí, ALEJANDRO SANCHEZ, médico personal de Obregón, y otros personajes.
Precisamente, cuando Obregón se desplomó con tal violencia que se lastimó al rostro con el filo de la mesa, Sáenz, Otero y el doctor Alejandro Sánchez, trataron de levantar al general, a quien llevaron luego hasta la parte trasera de su Cadillac, para posteriormente dirigirse al domicilio del sonorense, acompañados de otros asistentes quienes viajaron en sus propios vehículos.
Cuando el cuerpo llegó a la casa de Obregón, ya había un grupo de personas esperando recibirlo, “el general fue colocado en una habitación de la planta baja, donde aguardaba el doctor ENRIQUE OSORNIO, quien le había amputado el brazo en 1915 y dio fe de su fallecimiento. Posteriormente se realizó una máscara mortuoria, en la que quedaron marcados el disparo de Toral, (el primer disparo que, se creyó “desnucó” al militar), y el golpe causado al desfallecer sobre el borde de la mesa”.
Así, según juramento de Aarón Sáenz, el cuerpo de Obregón sólo fue inspeccionado mientras reposaba en su casa por ALEJANDRO SANCHEZ Y ENRIQUE OSORNIO, médicos de confianza de Álvaro Obregón. Y sostuvo hasta su extinción Aarón Sáenz que “sus restos nunca fueron embalsamados en la ciudad de México”.
Efectivamente, quizá a despecho de los pseudohistoriadores que realmente son mercenarios que se escudan en “novelas históricas”, se comprobó que Obregón no fue embalsamado en su casa.
Sólo a un demente se le ocurriría decir que los reporteros de El Universal Gráfico, (cuya empresa lanzó dos ediciones extra, una de las cuales salió a las 9 de la noche del 17 de julio de 1928), y El Universal, notables casi siempre por su precisión, mintieron al señalar que “durante cinco días dieron cobertura en primera plana de estos sucesos”.
Una vez que la esposa de Obregón se quedara con la ropa ensangrentada del ahora occiso, prendas que sólo tenían CINCO ORIFICIOS DE BALA EN LA PARTE POSTERIOR DEL SACO Y LA CAMISA, el cuerpo fue trasladado al Salón Embajadores del Palacio Nacional para un homenaje póstumo. El féretro metálico fue cargado por Ricardo Topete, Joaquín Amaro, Aarón Sáenz, Tomás A. Robinson y cuatro elementos del Estado Mayor Presidencial. Así estaría de robusto el ahora desaparecido. En la primera guardia de honor participó el Presidente Calles.
El miércoles 18 de julio, el féretro fue llevado al patio central de Palacio Nacional, desde donde una carroza lo llevó hasta la estación de ferrocarril Colonia, de la cual partiría con rumbo a Sonora, la carroza fue escoltada hasta el Colonia por miembros del Colegio Militar y el Estado Mayor Presidencial. Antes de que el tren partiera la banda del Estado Mayor de la Secretaría de Guerra y Marina, interpretó el Himno Nacional.
Los reporteros de El Universal Gráfico y El Universal dieron primera plana a la cobertura de la información, dijeron que “a causa de las fuertes lluvias registradas en aquel tiempo, creció el río Santiago y destruyó parcialmente un puente, por lo que el tren mortuorio no podía llegar a Navojoa, Sonora y permaneció un tiempo en Tepic, Nayarit, DONDE SE TOMO LA DECISION DE EMBALSAMAR EL CADAVER como medida precautoria, en vista del retraso con que se había hecho el viaje y que soplaba una intensa ola cálida a lo largo de la costa”.
Entonces, parece quedar absolutamente claro que el cuerpo de Obregón jamás fue revisado por una persona que dijo ser Juan G. Saldaña, pertenecer al Hospital Militar. Hasta donde se sabe, la Secretaría de la Defensa Nacional jamás aceptó tener entre sus filas médicas a un “Juan G. Saldaña”, y quien “dio a entender” de manera absurda que “se había hecho la autopsia a Obregón”.
Los bisturíes jamás tocaron el cadáver de Obregón. Pero he aquí que los propietarios de la editorial Alfaguara decidieron confiar en el historiador Francisco Martín Moreno, ahora convertido en amargo crítico del Presidente Andrés Manuel López Obrador, y sin revisar el texto, le autorizaron 85,000 libros de “México Acribillado”, con los que fueron engañados otros tantos lectores incautos. Era muy sencillo llegar a la conclusión de que ni siquiera como “novela” es recomendable la adquisición de la obra: en ella se menciona que Álvaro Obregón, su cabeza, fue volada por un francotirador que disparó “desde un bosquecillo cercano, con un rifle dotado de mira telescópica”…cuando que esas armas comenzaron a conocerse en México a través de los guerrilleros Fidel Castro Ruz y Ernesto Guevara, a mediados de la década de los 50s.
Pero no solamente ese dato es fantástico. Francisco Martín Moreno sostuvo que Álvaro Obregón fue asesinado por seis francotiradores o que “José de León Toral utilizó seis pistolas”.
Wikipedia informa actualmente que el 20 de mayo de 1947 se publicó un reportaje en el periódico Excélsior, firmado por Leopoldo Toquero Demarías, quien se presentaba como un antiguo reportero del periódico y afirmaba que había cubierto el asesinato de Obregón. En su crónica, narró cómo se enteró del “magnicidio” (¿?) y presentó un documento que “registraba la autopsia de Obregón”. El texto, titulado “Acta de reconocimiento de heridas y embalsamamiento del cadáver del general Álvaro Obregón”, escrito por el doctor Alberto Lozano Garza y firmado por el doctor Juan G. Saldaña, “mostraba los impactos y trayectorias de los disparos y era presentado por el periodista como prueba irrefutable de que el magnicidio había sido perpetrado por más de una persona”.
Nótese cómo eran y son engañados los lectores por los vivales que nunca faltan, esos sí elementos del “hampa del periodismo”…
Primera, nunca se trató de un “magnicidio”, pues Obregón no era Presidente de México, sino Plutarco Elías Calles.
Segundo, la supuesta acta de ninguna manera describe una “autopsia” y tampoco se refiere a ningún embalsamamiento real.
El doctor Alberto Lozano Garza no conoció a Juan G. Saldaña en caso de que este fantasmal individuo hubiese existido. Si en su papel firmado era Saldaña el que aseguraba que Obregón presentaba 19 heridas de bala… ¿no era más sencillo entrevistar al “médico forense improvisado”, que confiar en las estúpidas interpretaciones de reporteros mala leche?..
Resulta que el doctor Alberto Lozano Garza realizó un diagrama famoso, a petición de un reportero audaz pero muy ingenuo del diario La Prensa, quien fue sorprendido por la falsificación de documento, seguramente realizado por un aprendiz de médico forense.
Lo más grave para un informador que se respete, es no haber checado, (como en el caso de Wikipedia, que da por bueno cualquier dato con tal de que alguien lo afirme), que ese diagrama célebre fue publicado en LA PRENSA, sin más prueba que las especulaciones “lógicas”, el miércoles 24 de marzo de 1937, poco más de DIEZ AÑOS ANTES que el periódico Excélsior, que a su vez, como la editorial Alfaguara en 2008, fue “comido” por un impostor.
Pero sigamos con información de Wikipedia: “En su reportaje, Toquero afirmó que el cadáver de Obregón presentaba diecinueve impactos de bala, sin embargo, al detallar sobre ellos sólo mencionó dieciséis. De acuerdo a su investigación, el general recibió seis disparos de calibre .45, siete disparos de calibre 6, un disparo de calibre 11, otro de calibre 8 y uno más de calibre 7”…
En el diagrama de “la autopsia, (que jamás se realizó), hecho por Lozano Garza, si se muestran las 19 descargas. En el acta escrita por Saldaña se menciona que hay trece impactos. Sin embargo, al enumerarlos, no mencionó cuál era el décimo disparo. (¿Un “legista” que olvida un tiro?). Junto con las imprecisiones que tiene la teoría conspirativa de Toquero, también existen dudas sobre cómo consiguió el documento de la “autopsia”, aspecto que nunca aclaró”.
Sin embargo, Francisco Martín Moreno adaptó la clonación que de los reportajes de LA PRENSA hizo el mentiroso Toquero y se sumergió en una increíble sarta de mentiras, como el decir que “el diagrama de los 19 tiros le fue heredado por su abuelo, quien lo compró en misteriosa subasta; que uno de los seis asesinos de Obregón, le disparó con rifle dotado de mira telescópica; otro de los criminales estuvo oculto bajo la mesa de los diputados federales que homenajeaban a Obregón y disparó a través de la mesa; que otro abrió fuego, (nadie lo vió), frente a Obregón y logró escapar en la confusión; y que un general, amigo de Obregón, también le dio de tiros con pistola .45”
Es ejemplar la forma como creció el increíble y absurdo embuste del diagrama que logró engañar a miles de incautos en 1937, luego en 1947 y finalmente en el 2008, cuando una editorial confió en historiadores, para publicar que al general Obregón lo mataron entre seis conspiradores pagados por la Iglesia, uno de los cuales le habría destrozado la cabeza al militar con un rifle dotado de mira telescópica…arma que ni siquiera se conocía en México en el año 1928.
Para sorprender a por lo menos 85,000 lectores del libro “México Acribillado”, Alfaguara afirmó otra gran mentira: que los datos habían sido “ocultados cuidadosamente durante ochenta años” (¿?) y por fin salían a la luz en 2008 en una novela “histórica y reveladora”, respaldada por una investigación minuciosa y plena de acción e intriga.
La investigación fue tan minuciosa que el equipo de “historiadores” menospreció la Balística Forense y aseguró que las balas calibre .32, (utilizado por José de León Toral), y .45 dejan orificios redondos de 6 y de 8 milímetros, respectivamente, cuando está científica y técnicamente demostrado que dejan agujeros redondos de 8.128 milímetros el .32 y de 11.43 milímetros el .45.
En el colmo de la mala revisión de un texto, en lo que corresponde a la página 555 de “México Acribillado” se da a conocer la apócrifa “Acta de reconocimiento de heridas y embalsamamiento del general Álvaro Obregón”, supuesto documento “precioso para la Historia”, fechado en la ciudad de México el mismo día del asesinato, 17 de julio de 1928…cuando jamás hubo autopsia y el embalsamamiento se dio pero hasta mucho tiempo después, cuando los restos iban a bordo de un ferrocarril que fue enviado a Sonora y se aprovechó el tiempo de reparación de un puente, para evitar que avanzara la corrupción natural.
En el falso documento, donde se “certifica” que Álvaro Obregón presentaba DIECINUEVE heridas de bala, se describe que la tercera lesión, “región costal izquierda, catorce centímetros debajo de la tetilla del mismo lado y dos centímetros arriba del borde costal, circular, repetimos, la tercera herida de bala es circular, de TRES MILIMETROS Y ESCARA DE TRES, ORIFICIO DE ENTRADA”.
Si alguien puede creer que un proyectil de pistola .32, que deja agujero redondo de 8.128 milímetros, puede convertirse en una bala de TRES MILIMETROS, entonces sí que existirían lectores irreflexivos.
Se supone que un acta de necropsia, firmada por peritos médicos forenses, debería describir esas “DIECINUEVE perforaciones”, pero el fantasmal médico militar que habría hecho el “reconocimiento de heridas”, en parte del documento simplemente escribió: “En la región escapular izquierda tiene seis heridas con orificios de entrada de proyectiles”. Ningún otro dato…según el papel que Francisco Martín Moreno considera “precioso para la historia”.
Entre otras tonterías el “acta” describe varias lesiones de entrada, “de seis milímetros y escara de dos”. Significa, sin lugar a dudas, lo que pueden comprobar peritos en Balística, que Álvaro Obregón fue lastimado con balas que pudieron ser .22 o .25, que dejan orificios de 5.588 milímetros el primer calibre y 6.35 milímetros el segundo…pero resulta que la pistola española que utilizó Toral, es de calibre.32, que marca 8.128 milímetros.
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