CASO COLOSIO: LAS MUERTES LIGADAS AL ATENTADO
*El candidato a la presidencia del Partido Revolucionario Institucional, Luis Donaldo Colosio Murrieta, había sufrió un atentado en Lomas Taurinas, en Tijuana, Baja California
Corresponsalías Nacionales/Grupo Sol Corporativo
Tijuana.— Aún tengo fresco en la memoria aquel miércoles 23 de marzo de 1994. Pasaban las siete de la noche cuando Verónica, mi esposa, me pidió que viera la noticia que transmitían en la televisión.
Una y otra vez, las imágenes se repetían. Una mano con un arma de fuego se estiraba hacia la cabeza de Colosio y se veía como una detonación impactaba contra el cráneo del candidato.
El candidato a la presidencia del Partido Revolucionario Institucional, Luis Donaldo Colosio Murrieta, había sufrido un atentado en Lomas Taurinas, en Tijuana, Baja California.
Me quedé pasmado. Recordé la plática que había tenido el domingo 2 de enero de ese 1994 con mi prima Rosa sobre el levantamiento zapatista y del futuro del candidato presidencial. Recuerdo que le había dicho que las presiones eran muchas y que Manuel Camacho Solís no se iba a quedar tranquilo hasta no lograr ser el candidato presidencial. Que podrían pasar muchas cosas. Lo más viable era que “enfermaran” al candidato, pero lo más lamentable sería que lo mataran.
Recuerdo que lo mismo habíamos comentado Alejandro Almazán, Pedro Díaz, Fermín Sada y yo en la redacción de la revista Macrópolis… Y eso había pasado ya…
Liébano Sáenz, secretario de Información y Propaganda de la campaña de Colosio, informaba que el candidato había fallecido y que el presidente Carlos Salinas de Gortari se comprometía a que no quedaría impune el “artero crimen”. “Todos los autores, intelectuales y materiales, recibirán todo el peso y el castigo de la ley”. Y remataba: “el asesinato de Colosio es una ofensa para todos los mexicanos”.
Inmediatamente, me comuniqué con Ramón Márquez, director editorial de la revista Macrópolis, donde trabajaba entonces. Me pidió que estuviera atento a lo que se decía y que me preparara, porque lo más seguro era que viajara al día siguiente a Tijuana.
LA COBERTURA EN TIJUANA
El cambio de horario me desconcertó un poco. Mi reloj marcaba las 22:00 horas, pero el del aeropuerto de Tijuana marcaba las 21:00 horas. Tras comprar todos los periódicos locales de ese día, tomé un taxi y le pedí al chofer que me llevara a un hotel del centro que fuera barato y que quedara cerca de las instalaciones de PRI. Me condujo a uno llamado Las Palapas.
Al día siguiente, 25 de marzo de 1994, muy temprano, me dirigí a las instalaciones del PRI Municipal ubicado en avenida Insurgentes Norte 59, en la zona centro de Tijuana. Me puse en contacto con el jefe de prensa y le entregué la carta de acreditación que me había dado Ramón Márquez, para que me dieran las facilidades para enviar mi información vía fax.
Serían poco más de las 10:30 de la mañana cuando tomé un taxi para que me llevara a Lomas Taurinas. No sabía a qué me enfrentaría en aquel lugar marcado con rojo sangre. Para entonces habían transcurrido dos días del asesinato de Colosio. Había mucha confusión y sentimientos encontrados. Miedo, coraje, impotencia. Y por encima de todo, una profunda incertidumbre por no saber quién, y por qué motivos, un tal Mario Aburto, había asesinado al carismático candidato que desde su primer día de campaña había sido recibido con agrado por gran parte de la población.
Entre el fraccionamiento Otay Universidad, las colonias Río Aeropuerto y Centro Urbano 70-76, se ubican en un cañón el cual, a partir de 1983, se fue poblando poco a poco, hasta llegar a ser lo que hoy se llama Lomas Taurinas.
Es una colonia que ya cuenta con los servicios públicos básicos, pero que muestra los atrasos de un asentamiento irregular.
El presidente de los colonos, Pedro García, afirma que el 80 por ciento de los vecinos del lugar son priistas. Y fue justo aquí, en este lugar de priistas, que Luis Donaldo Colosio perdió la vida.
En la parte baja del cañón se puede observar un riachuelo de aguas negras que lo surca. A un lado, un parque. A la derecha de este, un improvisado altar que los vecinos han levantado en memoria de Colosio.
La vida parece seguir su curso normal. Pero el ambiente se siente pesado. Caras largas de los vecinos. Miradas interrogantes, temor ante el patrullaje de la policía municipal.
Pedro García es uno de los fundadores de Lomas Taurinas. Sus modestas ropas comprueban que es una persona sencilla. Platica con los vecinos a solo unos pasos del improvisado altar hecho por los propios vecinos.
Al principio se muestra renuente a hablar con la prensa, pero luego de unos minutos accede: “El pueblo de Lomas Taurinas no tenía ningún resentimiento con Colosio, al contrario, sabíamos que nos ayudaría con nuestros problemas”.
- ¿Ustedes conocían a Mario Aburto? ¿Vivía en esta colonia?
-En esta colonia nadie lo conocía. Él vivía hasta por Otay, a la salida de Tijuana. No sabemos cómo se enteró de que aquí se llevaría un acto político. Creo que hubo personas que le informaron.
Antes de poder realizar la siguiente pregunta, interrumpe y seguro de sí mismo agrega:
-Hay algo que no he comentado. Creo que esto fue de acuerdo común. Si no con la seguridad personal del candidato, sí con la municipal, porque ese día no hubo guardias. Yo personalmente, donde está la cruz, donde estaba el charco de sangre, se quedó un buen tiempo el casquillo. Nosotros no lo quisimos recoger. Aquí estaba un licenciado del PRI que se llama Aarón Juárez, y yo decía: ‘debería usted llamar a un perito o a la policía federal porque es de su competencia’.
A una media hora del asesinato, unas personas, aparentemente judiciales, llegaron a Lomas Taurinas para pedirle a la gente que se retirara. Nunca mostraron su identificación. Uno de ellos tenía una plaquita del PRI; se cuchicheaban entre ellos. Hablaban y hacían como que buscaban, pero sin hacerlo; uno de ellos disimuladamente se quitó la placa y se la guardó en la bolsa de la camisa.
Sigue García:
- ¿Qué puede uno pensar o imaginar de todo eso? Que hubo complicidad en su contra. Eso fue lo que yo vi porque estaba junto a Colosio.
Por unos minutos se queda, inmóvil, observando el lugar donde está ahora el pequeño altar. Reflexiona, trata de recordar cada momento de aquel fatídico miércoles de marzo. Al final, elucubra:
-Sé que algo se estaba fraguando desde debajo del agua. Porque antes de que yo bajara al lugar donde se realizaría el acto, estaba arriba parado en una de las tarimas, observando su llegada y vacilando con unos miembros de Solidaridad. Cuando llegó el candidato, les pregunté si iban a bajar a participar y dijeron que no, que no podían estar presentes porque no les competía ese asunto. Yo bajé y estuve en el acto. Pero hubo algo que me llamó mucho la atención. Durante casi todo el acto, la música estuvo callada. No fue como en otras ocasiones en que no dejaban de hacer ruido; ahora estaban totalmente callados. Sin embargo, y aquí lo extraño, apenas terminó el acto, el sonido empezó a hacer ruido a lo bruto y le tocaron la de «Cuidado con la culebra que te muerde los pies» y con ese ruidero apenas se escucharon los disparos.
La gente quiso linchar a Mario Aburto, pero los de seguridad lo protegieron y se lo llevaron. Pedro García alcanzó a escuchar que algo le decían -y que algo decía él- pero no pudo entender ninguna palabra. “La verdad, no sé si haya actuado él solo, pero sí estamos seguros de que fue un complot. Así lo creemos todos los que vivimos aquí en Lomas Taurinas”, asevera.
A la plática se suma doña Carmen Ramírez:
–Aburto es una marioneta, un chivo expiatorio. Esto viene de muy alto. Todos en el pueblo pensamos eso. Él se sentía muy seguro de lo que hizo. Todo viene desde arriba. Lo van a dejar morir solo, porque muerto el perro se acaba la rabia. Un día de estos va a amanecer muerto y van a decir que se ahorcó.
En su rostro se reflejan la ira y la impotencia. Cuando parece que no tiene más que decir, suelta:
- “El mismo PRI puso a Colosio y el mismo PRI se lo quebró”.
Ese sería el sentir no solo de Carmen, sino de gran parte de la población que ven en el PRI al principal sospechoso.
Al lugar van llegando poco a poco más gente de la misma colonia y de otros lugares. Entre ellos Álvaro Francisco Colosio, primo hermano del candidato asesinado. Dialoga con algunos vecinos sin que estos sepan de quién se trata.
Al igual que los pobladores de esa barraca, Álvaro Francisco señala que no cree que Mario Aburto hubiera asesinado a su primo por decisión e iniciativa propia.
- “Estuvo preparándose por allí, debe haber algo más de fondo, creo que lo vamos a saber poco a poco, confiamos en el estado de derecho, las personas que están haciendo la investigación lo van a sacar adelante”, confía.
El primo de Colosio Murrieta, abogado de profesión, menciona que hay una permanente comunicación de la familia Colosio en diferentes partes del país y destaca que están recibiendo mucha información, pruebas, nombres, fechas, fotografías y videos, aunque no todo puede ser catalogado como verídico.
Allí también estuvo José Zavala, miembro del Comité Político del PRI de Tijuana.
-Es muy difícil pensar que si no querían que fuera presidente se lo hubieran dicho. El pueblo deseaba que lo fuera. Si esa expresión tiene alguna intención y va dirigida a alguien, hay un dicho que reza: “A quien le quede el saco, que se lo ponga. Quién sabe si haya alguien a quien le quede. Es muy difícil especular”.
- ¿Cree usted que se haya fraguado un complot en contra de Colosio?
-Todo parece indicar que sí. Pero solo las investigaciones deberán decir la verdad.
En su opinión, la salida de Córdoba es significativa en las investigaciones, y “quizá haya sido para protegerlo o para que no entorpezca las mismas”.
-¿Cree que se pueda llegar a conocer la verdad?
-Lo deseo ardientemente, con mucha fe y esperanza. Que se sepa quiénes fueron. Exigimos que se esclarezca, lléguese a donde se llegue, pero que se aclare. Es tiempo de que no se maquillen las cosas. Si hay alguien atrás, que se aclare por justicia.
El sol del mediodía cae a plomo sobre Lomas Taurinas. A lo lejos se puede ver la movilización de elementos de Seguridad Pública. Más de seis patrullas escoltan una camioneta con vidrios polarizados.
Tres pick-ups transportan a funcionarios de alta seguridad. A diferencia del 23 de marzo, la seguridad es notoria, excesiva. La orden es detener a cualquier persona que haga un movimiento sospechoso. ¿Quién será la persona a la que custodian? La pregunta tiene pronta respuesta. Lo vemos acercarse, lo reconozco. Es Rafael Aguilar Talamantes, candidato presidencial del Partido Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional, quien viene a depositar una ofrenda floral ante el altar de quien, dice, fue su amigo.
Los vecinos no pueden ocultar su rabia, su consternación.
-“Esto es un insulto. Ahora sí, hay vigilancia. ¡Qué poca madre!”.
TRAS LA HUELLA DE MARIO ABURTO
Para el martes 29 de marzo de 1994, poco había encontrado acerca de quién era Mario Aburto Martínez. Ese día me dirigí hasta la colonia Buenos Aires Sur, una de las concentraciones urbanas populares de Tijuana. Lugar donde vivía Mario Aburto. Las calles de tierra son irregulares. En su mayoría las casas son de madera y con techos de lámina. Los servicios son insuficientes.
No lejos de allí, a unos cinco minutos de camino por esas calles de terracería, me encontré con doña Rosalía Contreras, vive justamente en la casa contigua que es habitada por la familia de Aburto Martínez y que ahora está desocupada, pues se habían ido a refugiar a la casa Campos de San Miguel. Ella, dice, fue testigo de innumerables pleitos en ese hogar. Frunce el ceño al hablar:
-No sé por qué quieren decir que Mario era un buen hijo, si siempre andaba de vago con unos amigos en un coche americano. Allí se la pasaba fumando y tomando.
-¿Cuál era el comportamiento de Mario?
-Dicen que era muy tranquilo, pero la verdad es que se creía el papá de los pollitos. Todo se le hacía poca cosa. Siempre andaba presumiendo que iba a salir de pobre y que iba a ganar mucho dinero.
-¿Les dijo como lograría eso?
-No, la verdad es que nos daba risa y lo tirábamos de a loco.
-Y ahora que pasó lo de Colosio, ¿qué piensan?
-Que puedo pensar joven. Que está loco. Solo una persona sin sentido hace lo que hizo ese muchacho.
La señora Rosalía no quiere opinar más. Solo dispara un último comentario: “Sabía que esa familia era muy bronca, que acabaría mal. Que Dios los perdone por el mal que han hecho”.
El ambiente en esta colonia es tenso, la gente es reservada y nadie quiere opinar de Mario Aburto.
Unos, temerosos, solo nos comentan que trabajaba en la empresa Camero Magnéticos que se encuentra en la Garita de Otay, en la calle Sebastián Vizcaíno.
Durante el tiempo en que trabajó en Camero Magnéticos, sus compañeros lo catalogaron como un hablantín. A Olivia Moreno, por ejemplo, le dijo “que estaba escribiendo un libro”. A otro trabajador, Daniel Pineda Vázquez, “le platicó que se encontraba elaborando un proyecto muy importante y que era un libro de actas”. Fue precisamente él quien lo vio marcar con una cruz los días 23 y 24 de marzo en un calendario. Días más tarde, Aburto le confesó “que había trabajado en el ejército y que tenía un proyecto muy confidencial”.
Una persona le oyó decir que había leído libros sobre el socialismo y escrito dos obras “en donde trataba sus inquietudes personales respecto a las desigualdades económicas que prevalecían en el país”.
Al supervisor de la empresa le dijo que tenía conocidos en la política y platicó con él “cosas de Carlos Marx”. A alguien más le pidió “si le podía conseguir una pistola en Los Ángeles”.
También por esos días, comentaron que se veía de manera muy extraña y que regularmente traía fuertes cantidades de dinero, sobre todo dólares y que se los gastaba en uno de los tugurios que están a las laderas del hipódromo y casino Caliente.
Decidí ir a ese lugar a ver que podía encontrar.
El lugar era un tugurio de mala muerte, como la mayoría de los tugurios de Tijuana. La iluminación es escasa, las mesas están acomodadas al lado de una gran pista de baile. En esos momentos había poca gente, y las meseras con su tradicional vestimenta de microfaldas y blusas escotadas.
Una de ellas, mostraba que ya había ingerido una buena cantidad de copas, pues se le veía algo mareada. Platicaba con otras de sus compañeras acerca de lo que había pasado en Lomas Taurinas y en repetidas ocasiones dijo que ella conocía al tipo que habían presentado como el asesino y que ella había estado en él, que le había dicho que iba a ser famosos y ganaría mucho dinero.
Sus amigas le decían que se callara porque se iba a meter en problemas, que mejor no dijera nada. Pero ella, insistía en que lo conocía.
MARIO ABURTO SE SALVÓ DE MORIR
Enrique Ortiz lo dice con furia en su mirada: «Ojalá y se hubiera matado ese cabrón en el accidente que tuvo a principios de año… Así no hubiera llegado a hacer lo que hizo».
Ortiz -cuñado de Marcelino Martínez, el tío de Mario Aburto– es dueño de una casa de dos pisos que, a principios de año, rentó a Marcelino. Aburto Martínes, sufrió allí un accidente que pudo haber sido fatal.
Lo recuerda Ortiz:
-Yo le presté a mi cuñado una casita que tengo aquí en la colonia Buenos Aires. Cuando me la estaba entregando porque se cambiaba a otro lugar, Mario vino a ayudarle y tuvo un grave descuido: se olvidó que al salir de la planta alta no había barandal y se vino para abajo. Cayó de espaldas sobre algunos artículos domésticos que amortiguaron su golpe. Se paró muy resentido. Nosotros prensábamos que se había roto la columna. Pero se salvó el recabrón.
-¿Es cierto que trabajó para usted en la empresa soldadora Servicios Britania?
-¡No, qué va! Él nunca trabajó para mí… Dios me libre.
Y comenta sobre el asesinato de Luis Donaldo Colosio:
-Yo creo que Mario actuó solo, ya que si hubiera recibido una cantidad millonaria habría tenido el arma cargada para detonar todas las balas y no solo disparar dos.
Agrega con tono de sarcasmo en la voz:
-Me dio risa que su padre dijera que Mario es inocente. Cómo puede ser si no lo está viendo, si él ya confesó. Fíjese nomás; su hermano menor, José Luis, nomás porque un día alguien le chuleó a la esposa cerca de la casa, salió con un bate de beisbol y medio mató al sujeto. Imagínese, si ese es el más chico, ¿qué habrá los grandes? Y ve lo que hizo el papá: ¿no mató a su propio hermano?
HERRERO ANTES QUE HOMICIDA
En la colonia Buenos Aires, en la que parece ser la calle principal, se encuentra una herrería. El encargado es Alfonso Nava Jiménez. En este lugar trabajó Mario Aburto una semana en 1993.
«Aquí era muy ordenado -dice Nava Jiménez-. Le gustaba el trabajo. Lo veía muy limpio. Aunque no tenía mucha experiencia en herrería y por eso no le siguió. Me dijo que apenas había salido del Cecati 6; más bien parece que estaba yendo todavía. Me decía que tenía que salir temprano porque iba a estudiar».
-¿Cómo fue su trabajo con él?
-Lo traté muy poco, por qué aquí solo trabajó una semana, que la verdad no terminó porque vio que no la hacía. Más bien, pienso que quería practicar. Cuando dejó de trabajar, una que otra vez me saludaba porque pasaba muy seguido por aquí.
¿Alguna vez pensó que su comportamiento era sospechoso?
-No, nunca. Aunque, la verdad, es ocasiones lo veía muy nervioso.
-¿Sabía si tenía amigos?
-No sabría decírselo. Era muy reservado. Muy callado.
«YO TAMBIÉN SÉ LO QUE ES PERDER A UN HIJO»
Son las 8:45 de la mañana del 30 de marzo, la madre Antonia estaciona la camioneta blanca Suburban enfrente a la entrada principal de la penitenciaría. A su derecha viaja una mujer que esconde el rostro detrás de su mano izquierda. No quiere ser reconocida y, al descender, mantiene la cabeza baja. Inútil esfuerzo: ya ha sido identificada. Es María Luisa Martínez, la madre de Mario Aburto Martínez. Le acompaña el menor de sus hijos: José Luis Aburto, el “Nene”.
La madre Antonia –directora de la casa campos de San Miguel, donde se han refugiado los familiares del presunto homicida- camina velozmente entre los reporteros y dirige a sus acompañantes hacia el salón de juntas.
El pequeño grupo es rápidamente asediado por los periodistas. Al ver aproximarse a las cámaras fotográficas y de televisión, grabadoras y micrófonos, la señora María Luis contrae el rostro en una expresión de angustia y exclama en voz baja, apenas audibles: “¡En la madre!”
Y llora, ya, antes de que los reporteros disparen la primera de una serie de preguntas que vienen como una cascada.
Se escucha su voz tartajeante:
-Estoy muy lastimada por la muerte del señor Colosio… Porque yo también soy mexicana y sé lo que es perder a un hijo.
- ¿A qué se refiere, señora?
-A que ahora he perdido a mi hijo Mario.
- ¿Cuál cree que haya sido el motivo de su hijo para matar a Colosio?
-No lo sé. Desconozco por qué asesinó a Colosio. Mario era un muchacho muy tranquilo.
Se atropellan los reporteros en sus preguntas simultáneas:
¡Cuál era su relación con su hijo! ¿Lo conocía bien?
Y la señora responde, siempre con la voz entrecortada por el llanto:
-Sí, señor, ya lo dije: era un muchacho muy tranquilo. Nada más se dedicaba a trabajar y por eso platicábamos muy poco. Él salía de trabajar a las dos de la tarde y luego se ponía a ver la televisión y a leer. Nunca lo vi que fuera a otra parte. No dormía fuera de casa. Era un hijo bueno, muy tranquilo; no fumaba, no bebía… No nada.
- ¿Alguna vez viajó su hijo a Chiapas?
-No, nunca. Él nunca salió de donde vivía conmigo. Nunca se separó de mí. Que Dios me perdone, pero yo eché mentiras allí –había dicho que, durante algún tiempo, su hijo la había abandonado-. Yo temía la verdad, pero era cierto que mi hijo vivía conmigo. No conocía a sus amigos, no sabía que tenía novia… Nadie lo buscaba.
Brota en el interrogatorio el tema del baúl en el que fueron encontrados diversos escritos y documentos de Mario Aburto.
- ¿Por qué entregó ese baúl a otra persona?
Doña María Luisa, atribulada:
-Porque hay muchos delincuentes, allí que queman las casas y los papeles y se llevan todo lo que tiene uno.
- ¿Qué contenía el baúl?
-Papeles míos. No sé si había de él porque no sé leer.
Se angustia la señora. Se tapa el rostro. Llora. Suplica:
-Ya no más… Ya no me pregunten más, por favor… Ya no quiero saber nada… Por favor déjenme en paz.
Interviene la madre Antonia. Secamente, anuncia que “la conferencia de prensa ha terminado”.
La madre de Mario Aburto es conducida al privado del director del penal. Cuando sale son las 11:25 horas… Allá va doña María Luisa llorando y con la mano izquierda cubriendo su cara.
SU HERMANO LE REGALÓ UN ARMA
José Luis, el hermano menor del asesino confeso de Luis Donaldo Colosio, admite que le regaló un arma a Mario Aburto Martínez, «pero no sé si es la misma que utilizó en Lomas Taurinas».
Con el pelo casi a rape -tiene apenas un mes que salió de la prisión bajo fianza por agresiones- y bigote tupido. Dice que se parece un poco a su hermano. Viste pantalón de mezclilla blanca y una camisa color marrón.
“No conocía nada de los escritos de Mario”, señala a modo de explicación. Agrega: “Lo único que leía era sobre mecánica”. Habla en voz alta, para darle más énfasis a su defensa: “Es muy callado y nunca hacía comentario alguno sobre lo que hacía fuera de casa”.
Mientras su madre es consolada por parientes y amistades, conversamos en el “Nene”, como le apodan. “Mario nunca quiso decir si tenía simpatía por algún grupo o partido político, porque nunca hablaba al respecto”, dice.
-Supimos que la Procuraduría General de la República lo interrogó en relación con el arma que usted tenía desde hace dos años. ¿Qué nos puede decir al respecto?
-Esa pistola la compré hace tiempo para defenderme. Ya me habían asaltado dos veces en mi trabajo como chofer y vendedor de agua.
¿A quién se la compró?
-A un narco.
¿Del otro lado, de Estados Unidos?
-No, aquí en Tijuana, en la colonia Buenos Aires.
- ¿Hace cuánto tiempo?
-Pues ya hace mucho. Como dos años…
- ¿A su hermano le gustan las armas? ¡Esa pistola se la dio usted!
-A él no le gustaban, pero me pidió una. Y sin preguntar el día, la mía. No sé si sea la misma que utilizó
- ¿Qué piensa, qué siente por su hermano?
-Pues, siento lástima. No estuvo bien lo que hizo. Que Dios lo ayude.
- ¿Cuándo fue la última vez que vio a su hermano?
-Fue hace dos meses, en casa de mi mamá.
La madre Antonia le llama. La entrevista se interrumpe. Regresa para despedirse y agrega finalmente: “Pues si tiene la culpa, que lo castiguen”.
LAS INVESTIGACIONES DEL COMANDANTE JOSÉ BENÍTEZ LÓPEZ
El 31 de marzo de ese 1994, en la comandancia de la policía municipal, el hermetismo era evidente. Nadie quería hablar de las investigaciones en torno al asesinato de Colosio.
Me remitieron con uno y otro agente que se negaron a hacer alguna declaración a la prensa.
El comandante José Federico Benítez López fue el único que acepto hablar.
Lo primero que me comentó fue que había recibido un baúl donde había algunos documentos que había escrito el mismo Aburto.
De acuerdo con el parte correspondiente, en el baúl se encontró un manual de marxismo, así como varios “documentos personales y familiares”. También, el Libro de Actas que la madre de Mario acababa de esconder. No se trataba del mismo libro en el que Aburto dijo haber plasmado sus ideas siete años antes —todo parece indicar que el Libro de Actas fue redactado al filo del 23 de marzo—, pero contenía algo semejante a lo que Óscar Daniel Pérez Fernández había escuchado aquella noche de 1987: una declaración “suscrita por un hijo de la patria” que colocaba, bajo su firma, la leyenda “Caballero Águila”:
“Aquellos que estén en contra de las decisiones del Pueblo,
que se consideren traidores a la Patria.
Se abre un capítulo más en la historia de estos
estados heroicos y de la nación entera,
dando paso a los ideales de un hombre que preocupado
por el futuro de su país decide contribuir
para seguir construyendo un país mejor cada día, a costa
de su propia vida, renunciando a todo, asta su propia familia.
Porque los verdaderos hijos de la Patria lo demuestran con hechos, no con palabras”.
El país ha ido cambiando gracias a todos aquellos valientes que han ofrendado su vida por los ideales de un pueblo que sufre las injusticias de sus gobernantes y luchando por una verdadera justicia y democracia.
Que no sea en vano el sacrificio de aquellos valientes que hicieron valer los derechos del pueblo oprimido y engañado, ellos que contactó sacrificio quisieron damos un país cada día mejor.
Esto es solo el principio de un gran y verdadero cambio, y el cambio se verá desde donde empieza la Patria.
Hágase responsable de los hechos a todos aquellos gobernantes que siempre quisieron tomar decisiones que solo le correspondían al Pueblo.
«Los gobernantes que no cumplan con el pueblo con una verdadera justicia y democracia, que paguen las consecuencias«. (sic)
De acuerdo con lo comentado por el mismo comandante Benítez, también se consiguió una novia, o algo parecido a una novia. Fue ella —Graciela González Díaz—, quien a principios de marzo, mientras paseaba con Aburto por el Parque de la Amistad, lo vio saludar a un hombre —al que luego en la cámara de Gessel reconocería como Tranquilino Sánchez Venegas— y enviarle “un mensaje consistente en levantar tres dedos de su mano izquierda”.
Gabriela recordaría que por esos días Mario la llevó al museo de cera, y le mostró la figura del Caballero Águila, “diciéndole que cuando pasara el tiempo lo iba a ver en ese lugar, ya que en el grupo político al cual pertenecía le llamaban Caballero Águila, porque en el mismo se nombraban con nombres de animales”. Meses más tarde, el 9 de septiembre de 1994, mientras Aburto rompía a llorar detrás de la reja de careos, la muchacha exclamó: “No, él no me lo dijo”, refiriéndose a que no le había dicho nada relacionado con “lo de su partido político”.
Tal vez por esos días, después de visitar el museo de cera y dejar correr pensamientos que no podremos conocer jamás, Aburto daba los toques finales a su Libro de Actas:
“En una ocasión que me encontraba en el campo, en mi infancia, se me acercó un señor de avanzada edad; todo un revolucionario: alto, ojos de color, cabello blanco de la experiencia y de la sabiduría, con una energía envidiable; y me dijo: —Hijo, dame fuego de la fogata, y le conteste:
—Suelen ofenderme de esa manera, más no saben que yo tan solo soy la mecha, y un día la pluma será mi arma, pero mi arma más peligrosa serán mis ideales y mi filosofía reconstructiva, y cada vez más mis filas irán asiéndose cada vez más numerosas, porque todos apoyaran a la justicia. Él me dijo:
—Estás seguro de lo que dices y de tus ideales, porque yo estoy de acuerdo con ellos. Yo le contesté que sí. Él dijo:
—Que sea para bien de la patria, y en nombre del Pueblo yo te nombro Caballero Águila. A lo que yo conteste:
Rindo protesta sin reserva alguna, guardar y hacer valer la Constitución y las decisiones del pueblo que es nuestro país, con sus reformas a las leyes y desempeñar patrióticamente mi nombramiento, mirando por el bien y prosperidad de nuestro país. A lo que él dijo:
—Si así lo hicieres, que la nación os lo premie, y si no os lo demande.
Tal vez por esos días pensó que
Mis declaraciones recorrerán el mundo en busca de apoyo y comprensiones por parte de los países hermanos de América entera y de los demás continentes Asiéndoles saber que en este país un partido formado un imperio que ha tenido al pueblo engañado desde hace muchos años, y que utilizan los términos equivocados y que no les corresponden, escudándose también tras las grandes figuras de grandes Héroes de la Revolución.
…Y dejó caer, entonces, la primera señal:
(…) Su propio candidato a la presidencia alguna vez aceptó que su partido había fallado y siempre habló con demagogia, al igual que algunos mandatarios que dejaron el país siempre con más problemas… Aunque ustedes no lo crean, pueblos del mundo entero y Naciones, en este país existen todavía dictadores apoyados por el imperio formado por un partido político.
(…) Hermanos, es preciso saber lo que se quiere; cuando se quiere, hay que tener el valor de decirlo; y cuando se dice, es menester tener el coraje de realizarlo…(sic)
Eran los días finales. Los previos al proyecto. Esos días en los que declaró haberse estado preparando en un campo de tiro de la ciudad de Tijuana y en los que, nervioso, mostró a dos de sus primos un revólver 38 que tenía bajo el colchón: el mismo, un Taurus con cachas de madera color café que, según uno de sus hermanos, Aburto había comprado dos años antes “a un capo cara de perro”.
—Tengo planeado un negocio —les dijo.
Lo traicionaba la excitación. Una de sus compañeras de trabajo le habría oído decir “que iba a venir a Tijuana, una persona muy importante, que muy pronto iba a salir en televisión y que se iba a convertir en una persona muy importante, y que no sabía si iba a salir con vida de la acción que iba a llevar a cabo, pero que dejaría a su familia mucho dinero”.
A otra de las empleadas, María Elena Lugo Valdés, le confesó “que se dedicaba a la política para ayudar a los trabajadores y a todo el mundo”. A ella misma, una noche de frío, le prestó una chamarra. La misma, por cierto, con que se cubriría el 23 de marzo. Dentro de una de las bolsas había dos balas. La joven las descubrió con extrañeza. “Entonces Aburto las tomó y se las echó en la bolsa del pantalón”. También a ella le dijo “que un trabajo que iba a desempeñar le haría ganar mucho dinero”, solo que iba a arriesgar su propia vida, y “que ya se enteraría por un medio de la televisión”.
Así llegaban las noches.
Tal vez antes de dormirse Aburto anotaba las frases finales en el Libro de Actas, y lo guardaba en aquel baúl en el que había 495 fotografías, un acta de nacimiento expedida en Campeche a nombre de María Cruz Zendejas, un acta de nacimiento girada en Sinaloa a nombre de Jesús Ángel López, un acta de nacimiento a nombre de Mayra Guadalupe González Villa, una credencial de elector a nombre de Alfredo Ochoa Maravilla, un gafete expedido por la empresa Geron Furniture a nombre de Antonio Almaraz, un certificado de nacimiento del estado de California a nombre de Maridam Alarcón Ríos e Irvin Beltrán, diez credenciales diversas a nombre de un sujeto llamado Niels Francis (que declaró haberlas perdido), una credencial a nombre de Salvador Manzo Serrano (de quien nunca se encontró el rastro), unas arras de matrimonio, una carta expedida en 1990 por el Department of Army de los Estados Unidos, a través de la cual se invitaba a Aburto a enrolarse “dándole cuenta de las cantidades de dinero que recibiría por participar”, una forma con el logotipo United States Marín Corps, en donde Aburto “acepta participar en el Army”, una credencial expedida por la Asociación de Comités del Pueblo a nombre de Mario Aburto Martínez, una constancia de prestación de servicios en el Club Britania en 1993, una carta con el logotipo Our Lady of Victory Church firmada por el padre Carlos S.T. en 1989, una hoja de cuaderno con recibo de venta de un mustang blanco modelo 79 cuyo comprador fue Mario Aburto, un recibo de pago “de un lote ubicado en el ejido Chilpancingo, por la cantidad de cuatro millones y medio de viejos pesos” (1989), los resultados de un examen de sangre que Aburto se practicó en el laboratorio Análisis Clínicos Médicos, y también un objeto de plástico que representaba una garra, y contenía una figura: la figura de un águila.
Tenía también una agenda. Estaba rotulada “Adresses” y contenía solo 14 nombres. Entre ellos figuraban el de José Luis Pérez Canchola —¿el procurador de los Derechos Humanos en Baja California? — y el de un sujeto que declaró no tener la menor idea de por qué su nombre aparecía ahí: Blas Manrique Arrevillaga. En una de las páginas aparecía la anotación “Palacio Azteca”: un hotel de la localidad. En cuyo Salón Jacarandas se reunían una vez a la semana varios militantes del PRD. Los encargados del hotel, sin embargo, aseguraron no haber visto jamás en aquellas reuniones, ni en otras, a nadie que se pareciera a Mario Aburto Martínez.
En esa agenda, según nos comentó el mismo comandante Benítez, se encontró un cheque por 50 millones de pesos que se trató de cobrar en la sucursal de Banamex de Playas de Tijuana y del cual buscaría darme una copia.
Tras la entrevista con el comandante Benítez, las cosas empezaron a ponerse un poco turbias. Por varios días noté que una persona me seguía por los lugares donde andaba buscando información y sobre todo cuando intentaba contactar al comandante Benítez.
Temeroso por mi seguridad, pues me encontraba yo solo en Tijuana, me comunique con Ramón Márquez, quien me dijo que al día siguiente me regresara a la Ciudad de México y que uno de mis compañeros me relevaría.
A las pocas semanas de haber llegado a la Ciudad de México, me enteraría de que el comandante Benítez López moriría brutalmente acribillado.
LAS MUERTES LIGADAS AL ATENTADO
Tijuana.- Entre el 23 de noviembre de 1993 y el 15 de septiembre de 1999, alrededor de 15 personas, entre políticos, policías, integrantes del Estado Mayor Presidencial y agentes de Ministerio Público, fueron asesinados. Todos ellos, estuvieron vinculados con el atentado del candidato presidencial, Luis Donaldo Colosio.
Según datos contenidos en los expedientes de la PGR sobre el caso, por lo menos dos de esas muertes se registraron antes del crimen perpetrado contra el priista, aquella tarde del 23 de marzo en Lomas Taurinas, Tijuana, Baja California.
Tres personas que participarían en el equipo de seguridad del candidato presidencial fueron asesinadas, dos antes de la muerte de Colosio y otra después. Tal es el caso de José Luis Larrazolo Rubio, un comandante de la Policía Judicial Federal que iba a integrarse a la campaña de Colosio, pero que fue asesinado en enero de 1994.
Otro de los casos más conocidos de personas vinculadas al caso Colosio y que resultaron muertas es el de Ernesto Rubio Mendoza, ejecutado la misma noche del 23 de marzo de 1994 en un taller mecánico de Tijuana, a quien el investigador privado Humberto López Mejía señalaba como el verdadero hombre detenido en Lomas Taurinas y el asesino material, y de quien decía tenía un gran parecido físico con Mario Aburto.
Rubio era el hombre de confianza del ex comandante Raúl Loza Parra, encargado de las primeras investigaciones del caso Colosio. Loza encargó a dos agentes bajo sus órdenes filmarán el mitin de Lomas Taurinas.
Rebeca Acuña Sosa, una agente del Ministerio Público federal que participó en la integración de la primera averiguación previa del magnicidio, fue asesinada en febrero de 1996.
El 19 de julio de 1996, dos años después del atentado contra Colosio, el jefe de seguridad del PRI durante la campaña presidencial, Isaac Sánchez Pérez, también fue asesinado por tres sujetos a bordo de un vehículo.
Según el informe de la Subprocuraduría especial en el caso, la prensa nacional e internacional reveló que al menos ocho personas fueron asesinadas por investigar sobre el tema Colosio. Sin embargo, la PGR dio a conocer que no existió relación entre los homicidios y el proceso de investigación.
Jorge Antonio Sánchez Ortega, un agente del Cisen que estuvo en la escena del crimen y fue detenido por la Policía de Tijuana, fue liberado la madrugada del 24 de marzo, a pesar de que dio positiva la prueba de radizonato de sodio y a pesar de que lo detuvieron cuando huía del lugar de los hechos. Llevaba sangre en su chamarra y esta resultó del mismo tipo de la de Colosio (A negativo). Se parece mucho físicamente a Aburto. Fue liberado por autoridades federales.
Tiempo después asesinaron a Federico Benítez, el jefe de la policía de Tijuana, quien “por error” tuvo a sus agentes cerca de Lomas Taurinas y osaron detener a Sánchez Ortega.
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